Rezende / Schumann / Beach 08/09/23

Diana López | Tlaqná
Fragmentos / Obertura, Scherzo y Finale / Sinfonía Op.32
Marisa Rezende › Fragmentos Cuando escuchamos la música de compositores conocidos interpretada por orquestas o la estudiamos en la universidad, imaginamos a los compositores con una infancia llena de música académica, seguramente con padres con una extensa formación musical, clases intensivas de música y, evidentemente, un talento innato que, sin importar el contexto en el que haya crecido la persona, va a florecer sin ataduras. Muchos de nosotros hemos tenido el deseo de estudiar música después de escuchar un poco de K-pop, rock o samba; cuántos de nosotros no hemos empezado nuestro camino en la música gracias a que escuchamos géneros populares. Tal es el caso de la compositora brasileña Marisa Rezende (Río de Janeiro, 1944). Desde niña, la música formó parte de su vida, pero no como un hecho particular en sí mismo, sino como el constante y sutil contacto que la gran mayoría de las personas tenemos: sus familiares cantaban mientras hacían sus quehaceres; su madre, ingeniera, tenía conocimientos básicos de música; y su padre, médico, se sentaba al piano a tocar “de oído” música brasileña. Y fue la música popular uno de los primeros géneros que interpretaría sentada al piano. Su padre la escuchaba tocar samba y le decía: “¡Está cuadrado! ¡Haz que eso se mueva!”. Aunque esto fuera en tono de broma, comenta la compositora, le ayudó a no tener miedo del instrumento y de la música. Su interés por la música creció, llevándola a estudiar de manera profesional y enfocando sus estudios en el piano y en la composición. Sin embargo, ella misma comenta que no tiene un estilo definido, pues usa cualquier elemento que le haya causado alguna impresión; y el hecho de haber tomado clases de composición con un musicólogo le permitió una exploración libre y flexible de sus gustos e intereses, exploración que la lleva a buscar detalles desde cualquier perspectiva: en la música, una armonía o timbre; en otras disciplinas, la influencia de las matemáticas o la pintura, por ejemplo. Lo que veo en la tradición es una especie de solidez que me ancla, que es buena para mí, que cultivo. No soy una persona del siglo pasado. Soy una persona que experimenta todas las ansiedades de las personas que viven en Río hoy, y de cierta manera esto también sale en mi música. Siendo una compositora activa desde 1976, ha explorado diferentes terrenos en sus obras. Compuesta en el 2015, Fragmentos es, en palabras de la compositora: Una pieza intimista, de colores suaves, con contornos difusos, como podría ser un cuadro impresionista. El paisaje musical, lleno de oposiciones, contiene pequeños fragmentos melódicos coloreados por diversos timbres. Los instrumentos de la orquesta tienen pequeños reflejos con sus voces que se destacan en relación al conjunto. Se estableció una antinomia entre los individuos y el grupo, entre los pequeños y los grandes, como sucede en la vida. Este efecto impresionista se nota a través de la indefinición de los instrumentos, que van creando armonías difusas y suaves, pero con una dirección definida. Robert Schumann › Obertura, scherzo y finale El año de 1841 fue el “año sinfónico” de Robert Schumann (1810-1856). En esa fecha compuso sus obras Sinfonía n.° 1, op. 38, la cual gozó de bastante éxito; la obra que hoy se interpreta, Obertura, scherzo y finale, op. 52; una pieza para piano y orquesta que Schumann adaptaría luego de su composición al primer movimiento de su Concierto para piano, op. 34 y la segunda sinfonía, que después será el Op. 120 (Sinfonía n.° 4). Ninguna de estas tres últimas obras verá su forma final en 1841. Incluso, al final de ese año, comenzó a trabajar en su tercera sinfonía (la cual no llegaría a terminar) y en el oratorio Das Paradies und die Peri. Con una orquestación más ligera que el resto de sus trabajos sinfónicos, el Op. 52 presenta tres etapas de trabajo: una en 1841, cuando se compuso la obra y se interpretó; otra en 1843, fecha en que se realizaron cambios importantes en la instrumentación y manejo de los recursos de la orquesta, así como las dinámicas ; y la tercera en 1853, etapa en la que trabajó detalles sobre la ejecución de algunos instrumentos e hizo modificaciones en el tempo. En su versión original, esta pieza solamente estaba integrada por la Obertura. El contacto con la naturaleza fue algo que idealizaron los artistas románticos. En este sentido, Schumann compuso la obra en la primavera de 1841, y escribe sobre el mes en el que la terminó que fue: “un mes de mayo como nunca, nunca he vivido: ¡tan cálido, tan maravilloso!” (Marcel, 1961). Si tuviésemos que hacer una analogía con escenarios de la naturaleza, la introducción sería sobre todo seria, tal vez un poco sombría, con misterio. Y pasaríamos rápida pero sutilmente a un ambiente soleado, animado, caprichoso, con ritmos de danza enérgicamente marcados, sin dejar ese aire de misterio. Para el año de 1853, el compositor ya presentaba síntomas de la enfermedad que le llevaría a su lecho de muerte y que le despertaría interés en las ciencias ocultas. Algunos investigadores consideran la notable ralentización de los tempos en sus obras como proyección de su enfermedad. Gracias a la forma en que fue compuesta esta obra, su contexto de creación y su contenido, podemos decir que aún tiene reminiscencias del Sturm und Drang, pues aparecen pasajes introspectivos, cambios de ritmo y de armonía que marcan un cambio de estado de ánimo constante. Sin embargo, el Op. 52 muestra profusamente el carácter romántico de Robert Schumann: su idealización y contacto con la naturaleza, su asombro y curiosidad por lo macabro; su locura, su pasión por la literatura y la poesía y su amor y admiración por Clara, su esposa. Amy Beach › Sinfonía Gaélica Nacida en Estados Unidos en 1867, Amy Beach bien pudo haber sido un personaje protagonista de alguna novela de Elizabeth Gaskell, Louisa May Alcott o de las hermanas Brönte: una mujer con un gran talento, que demostró que podía tener éxito sin perder su propia identidad, en un mundo con líderes masculinos que dudaban de sus capacidades. A pesar de ser obstaculizada por las costumbres de su época, Amy Beach fue reconocida como una de las compositoras más influyentes en su tiempo. Con una infancia algo similar a la de Marisa Rezende, estuvo en contacto con la música desde muy pequeña. Su madre la descubrió improvisando segundas voces a las melodías que ella cantaba y tocando el piano “de oído”. Con una educación prácticamente autodidacta en el instrumento, tuvo recitales a los diez años. En 1885 contrajo matrimonio con el cirujano Henry Beach, quien no le permitió seguir su carrera de pianista, limitándola a ofrecer dos conciertos al año, donde todas las ganancias se darían a la caridad y convenciéndola de dedicarse a la composición. Gracias a su diario se sabe que ella misma no se consideraba buena compositora y que su pasión era en realidad el piano. Aunque tomó un año de clases particulares de composición, su formación fue autodidacta, estudiando durante diez años los tratados de Berlioz y todas las partituras que podía conseguir con anotaciones técnicas de los compositores, intérpretes y directores para entender la orquestación. Con una fuerte influencia del compositor Antonín Dvo?ák, gran parte de su obra tiene melodías de música popular de diferentes países, como Escocia, Irlanda, así como de diferentes pueblos de Norteamérica. Asimismo, su música toma las ideas de la atonalidad, aunque nunca consideró realmente establecer sus composiciones en ese estilo. La Sinfonía Gaélica, compuesta en 1894, fue la primera obra musical de gran formato compuesta y publicada por una mujer americana. Con gran éxito en su época, esta obra logró que muchas otras mujeres en el continente siguieran el ejemplo de Amy. Podemos escuchar a lo largo de la sinfonía referencias al sonido de las gaitas, la turbulencia del mar, melodías irlandesas y escocesas (como Conor O’Reilly) y piezas de ella misma (Dark is the Night). La crítica que dio el también compositor George Chadwick sobre su Sinfonía Gaélica muestra el papel que tenía una mujer compositora a finales del siglo XIX: