Frank / Holst 17/11/23
Edgar Alejandro Calderon Alcantar | Tlaqná
Concertino Casqueño / Los Planetas
Cosmovisiones sinfónicas entre la tierra y los planetas
Este programa reúne dos magníficas obras sinfónicas que fueron compuestas con casi cien años de distancia: se trata del Concertino cuzqueño (2012), de la compositora Gabriela Lena Frank, y la suite sinfónica para gran orquesta Los planetas, op. 36, escrita entre 1914 y 1917 por Gustav Holst.
Gabriela Lena Frank es una destacadísima compositora y pianista estadounidense nacida el 26 de septiembre de 1972 en Berkeley (Estados Unidos). Resultan muy interesantes sus orígenes multiculturales, ya que su padre es judío lituano, mientras que su madre, china peruana; por ello, en sus composiciones están presentes tanto los elementos de la música latinoamericana como los orientales, que se contraponen de una manera afortunada con los occidentales y convencionales de la música clásica.
Frank ha producido un robusto repertorio de composiciones, del que destaca su Concertino cuzqueño. Se trata de una obra para gran orquesta sinfónica, con una duración aproximada de 10 minutos y escrita en un solo movimiento. Está dedicada a su sobrino Alexander Michael Frank, nacido en Filadelfia el 25 de febrero de 2011. Llama poderosamente la atención que en el título interactúan un término propio del ámbito académico musical, como lo es el concertino, en conjunto con la geografía y cultura peruanas. El término adquiere su sentido musical en esta composición debido al uso solístico de los intérpretes principales de cada sección de las cuerdas, rescatando la tradición de los concerti grossi del Barroco, también llamados concertinos.
Internamente, tiene secciones diferenciadas por el carácter agógico y la densidad de las texturas orquestales; por ejemplo, da la entrada a la obra una atmósfera lenta y misteriosa en la que los alientos-madera van exponiendo los temas y motivos principales que se colorean tímbricamente por diferentes familias de instrumentos. Una sección contrastante se desarrolla mediante el tutti orquestal y un notorio incremento en la velocidad del pulso; poco a poco aparecen algunos guiños rítmicos que se pueden asociar a los acompañamientos en la música tradicional peruana mediante el charango y la sampoña. Hacia los compases finales, la densidad orquestal disminuye y vuelven a aparecer los motivos del comienzo del Concertino, con un sentido de aparente reexposición temática, para concluir con una sutil dinámica en pianissimo.
La propia compositora comenta en la partitura, a manera de notas preliminares, que esta obra fue comisionada por la Orquesta de Filadelfia y estrenada en el primer concierto de la temporada en la que Yannick Nézet Ségun se desempeñó como director titular. Está inspirada en dos elementos sin conexión aparente: la cultura peruana y el compositor inglés Benjamin Britten (1913-1976).
Como hija de una inmigrante peruana, me ha fascinado mi herencia multicultural y he tenido la suerte de encontrar que la música clásica occidental es un parque hospitalario para mis exploraciones. Al hacerlo, he considerado a compositores como Alberto Ginastera de Argentina, Béla Bartók de Hungría, Chou Wen-chung de China y mi propio maestro William Bolcom de Estados Unidos como mis héroes. A esta lista agrego a Britten, a quien admiro enormemente. Ojalá lo hubiera conocido, me hubiera atrevido a mostrarle mi propia música, lo hubiera invitado a viajar conmigo al hermoso Perú […] Me hubiera encantado mostrarle los pueblos portuarios que exportan anchoveta, los serranos que exportan papas y las selvas que exportan azúcar. Y sé que Britten habría quedado fascinado por la rica mitología que enerva la literatura y la música de esta pequeña nación andina, tan profundamente similar a las tramas de sus muchas óperas, entre otras obras.
En su opinión, el Concertino cuzqueño une dos ideas musicales: las primeras notas de una melodía religiosa, Ccollanan María, originaria de Cuzco –la capital original del imperio inca tahuantinsuyo–, con el sencillo motivo de timbales que se puede escuchar en los primeros compases del primer movimiento del Concierto para violín, op. 15 de Britten.
Frank ha tenido una carrera muy exitosa: ha sido acreedora de varios premios, distinciones y nominaciones, entre los que destacan la Beca Guggenheim, obtenida en 2009 y, en ese mismo año, el Grammy Latino correspondiente a la Mejor Composición Contemporánea por su obra Inca Dances, además del Premio Heinz en 2020.
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Los planetas, op. 36 del compositor inglés Gustav Holst (1874-1934), conforman una magnífica colección de piezas sinfónicas que no necesita presentación. Se trata, en definitiva, de una de las obras maestras del repertorio sinfónico universal, todo un clásico que habita permanentemente en las salas de concierto, en los estudios de grabación y, sorprendentemente, su influencia trasciende el ámbito académico para anclarse de manera decidida en los horizontes sonoros cinematográficos y de la escena del rock y otros géneros de la música popular contemporánea.
La infancia de Holst fue difícil en tanto que padeció numerosos problemas de salud, además de quedar huérfano de madre cuando tenía apenas ocho años de edad. Su formación musical la desarrolló como intérprete de piano, violín y principalmente de trombón. Estudió en el Royal College of Music y hacia finales de la década de 1890 comenzó a componer y a interesarse por la cultura hindú. A Holst también le interesaba mucho la docencia.
Los planetas es una especie de suite orquestal derivada del notable interés que el compositor tenía por la astrología y se convirtió en la primera obra de su catálogo en conseguir una amplia y ferviente audiencia que incrementó al final de la Primera Guerra Mundial. Se ha convertido no solo en su obra más famosa, sino también en una de las piezas orquestales más conocidas de todos los tiempos. Este aspecto resulta bastante paradójico para la producción compositiva del gran maestro inglés, ya que es muy semejante al caso del Huapango, de José Pablo Moncayo (1912-1958) o, de cierta manera, al del Bolero de Maurice Ravel (1875-1937), en los que una obra maestra opaca al resto de sus composiciones, pues a pesar de que Holst escribió bastante música escénica, orquestal, de cámara y vocal, Los planetas es prácticamente su única obra referencial.
Esta colección sinfónica, que para algunos críticos es polémico nombrar suite, consta de siete movimientos: “Marte, el portador de la guerra”; “Venus, el portador de la paz”; “Mercurio, el mensajero alado”; “Júpiter, el portador de la jovialidad”; “Saturno, el portador de la vejez”; “Urano, el mago” y “Neptuno, el místico” dan cuenta de la magistral habilidad de Holst en materia de orquestación. El título de cada pieza posee una gran carga de contenido programático que, evidentemente, refleja el carácter contrastante entre cada uno de los planetas, pero también permite identificar en cada uno de los movimientos por lo menos dos secciones diferenciadas temáticamente. Lo anterior apoya la tesis de poder considerar esta obra una “suite para gran orquesta”, como la han etiquetado varios editores de la partitura.