Bach 15/12/23

Palmira Tamarit | Tlaqná
Oratorio de navidad (Fragmentos)

Catedral sonora de la alegría y la ternura, el Oratorio de Navidad (Weihnachtsoratorium, BWV 248) de Johann Sebastian Bach (Eisenach, 1685-Leipzig, 1750), consigue narrar en música la secuencia del tránsito hacia la luz. Homenaje a la sencillez, es una invitación a recobrar el poder sanador de la inocencia a través de los ojos de un niño.
Junto a las dos Pasiones más célebres del compositor (Mattäuspassion, 1727 y Johannespassion, 1724) o al popular Mesías (Messiah, 1741) de G. F. Händel (1685-1759), representa la apoteosis del oratorio barroco. Hablamos de un género sacro concebido como historia en música y trufado de contenido teatral, género que nace y crece en paralelo al operístico, compartiendo estilos y recursos compositivos desde las primeras décadas del siglo XVII. Rozará su máximo esplendor durante la primera mitad del siglo XVIII, cuando en algunas sociedades europeas lo barroco, en su punto álgido, empezaba a dar señales de morir de éxito en brazos de un nuevo gusto por lo galante, sencillo, expresivo, que los propios hijos de Bach y sus más célebres coetáneos convirtieron en semillas del llamado Clasicismo musical.
Estructurado en seis partes o cantatas para solistas, coro mixto y orquesta, el Oratorio de Navidad está concebido, a diferencia de El Mesías, como estructura litúrgica en música destinada a los grandes servicios divinos del ciclo navideño luterano. Entre el 25 de diciembre de 1734 y el 6 de enero de 1735, cuatro de estas seis cantatas se representarían en las iglesias de San Nicolás y Santo Tomás de Leipzig (25, 26 de diciembre; 1 y 6 de enero); la tercera y la quinta parte, en cambio, sonarían únicamente en San Nicolás (27 de diciembre y 2 de enero) y no hay noticias de que el Oratorio volviera a interpretarse hasta el 17 de diciembre de 1857 (Berlín, Sing-Akademie, bajo la dirección de Eduard Grell).
La obra, vigente hoy en su función litúrgica y muy popular en las salas de concierto, se considera un ejemplo paradigmático de parodia musical: el propio compositor reciclará material de tres cantatas profanas compuestas entre 1733 y 1734 y de la Kirchekantate 248a, infundiéndoles nuevos significados en un periodo en el que tuvo oportunidad de experimentar con el género representativo (Gardiner 2013). Los textos de autor y su ensamblaje con los pasajes evangélicos podrían haber sido obra de un colaborador de Picander . Cabe añadir que durante 1734 y 1735 Bach compone otros dos oratorios utilizando recursos similares: el Himmelsfahrtsoratorium (BWV 11) y el Osteroratorium (BWV 249).
El Oratorio de Navidad nace durante el periodo medio de la actividad de Bach en Leipzig. El cargo que ostentaba desde 1723 (Kantor de Santo Tomás y San Nicolás, considerado director musices de la ciudad desde 1630) no se limitaba a la creación, interpretación y dirección de la música vinculada a la liturgia: implicaba ocupar un puesto relevante como profesor (Marshall 2012). Además de todo ello, a partir de 1729, Bach brillará también en su actividad concertística como director del Collegium Musicum, actividad que ha quedado asociada al desaparecido y mítico Café Zimmermann.
Empleando un esqueleto compositivo y simbólico comparable al de sus Pasiones, impera de nuevo en esta obra una ingeniería musical que encadena estilos y formas dotados de funciones y significados: los recitativos dramatizan –especialmente los acompañados–, desde la supremacía de la palabra, la acción de la historia; los corales, de nuevo arraigados en las tradicionales melodías e himnos luteranos, representan la voz de la comunidad, alimentando una atmósfera de catarsis participativa; las arias, con sus propios recitativos, arropan física y espiritualmente desde la interioridad del alma. Por último, los coros, además de enfatizar el mensaje sagrado y de ornamentar hasta el paroxismo, pueden asumir la función de respuesta de la turba, amplificando, casi a modo de coro trágico, cada acción trufada de teatralidad o reforzando la representación retórico-musical del propio terremoto afectivo del creyente.
Apuntes sobre Bach
La necrológica escrita por uno de sus hijos músicos, Carl Philipp Emanuel, y J. F. Agricola (en la revista Musikalische Bibliothek, Leipzig, 1754) rinde homenaje a la fuerza creativa y a la enorme capacidad de trabajo que convertirían a J. S. Bach en un coloso de la inventiva musical (Forkel 2022). Su trayectoria profesional lo llevaría, como es sabido, desde Arnstadt (1703-1705) a Leipzig (1723-1750), pasando por Mühlhausen (1707- 1708), Weimar (1708-1717) y Köthen (1717-1723). El último viaje del viejo Bach, tres años antes de morir, narrado por Johann Nikolaus Forkel a partir de los recuerdos de Wilhelm Friedemann, primogénito del compositor, nos acerca en pocas palabras a la grandeza y a la humanidad del músico. También es retrato de una época en la que viajar significaba calvario físico y, al mismo tiempo, experiencia de vida, aprendizajes.
Explica Wilhelm que Federico el Grande de Prusia había expresado a su hermano Carl Philipp, maestro de capilla desde 1740 en Potsdam, el deseo de invitar al que ya era conocido como un gran músico. Cuando el rey tuvo noticia de su llegada, sin siquiera permitirle cambiar la capa de viaje por el traje negro de Kantor, requirió al maestro a palacio para hacerle recorrer unas quince salas y probar e improvisar en todos los fortepianos Silbermann comprados por el monarca, flautista y melómano. Del motivo que el rey propuso a Bach para generar algunas de las improvisaciones nació lo que hoy conocemos como Ofrenda musical.
Desde el relato del último viaje, cabe volver aún la mirada hacia el joven organista de Eisenach, huérfano ya a los diez años, que hacia 1705 arriesgó su puesto de trabajo en Arnstadt para empaparse, durante más de tres meses, del arte y la técnica organística de Dietrich Buxtehude, caminando hasta la lejana Lübeck (Spitta 1873-1880). Esta mirada se quiere detener, por fin, en los ojos de un niño músico que, según la necrológica, con sus pequeñas manos, consiguió traspasar las rejas que encerraban un libro prohibido, lleno a rebosar de partituras de los más célebres clavecinistas de su época; libro que Johann Sebastian copió durante seis meses, a escondidas, a la luz de la luna . De aquellas noches, el milagro de la música: sus catedrales de la alegría, del dolor, de la ternura.