Smyth / Shostakovich / Scriabin 01/03/24
La música de Smyth, Shostakovich y Scriabin: una provocativa invitación
Smyth, Shostakovich y Scriabin en un mismo programa. ¿Cuál es el punto de conexión? Tres obras provocativas, exigentes para intérprete y oyente, una emocionante exploración de lenguajes tonales, tímbricos y rítmicos en sentido musical y extramusical, un compromiso apasionado de sus autores con las obras: intensas e incisivamente bellas.
Ethel Smyth: The Wreckers
Comenzar este programa con Ethel Smyth y la rotunda y rica sonoridad de la obertura de The Wreckers [Los destructores] es una inesperada sorpresa por varias razones, particularmente, por ser una obra compuesta por una mujer y porque no suele presentarse a menudo. The Wreckers tal vez sea la obra más conocida de Dame Ethel Smyth (1858-1944), talentosa compositora inglesa, directora de orquesta y escritora reconocida también por su infatigable actividad como líder sufragista. Fue una de las voces más originales y controvertidas de la escena musical y la política social londinense de principios del siglo XX. Nacida en Kent, en el seno de una familia de clase media alta, criticó la sociedad victoriana de su niñez y siempre fue un alma libre, con atracción hacia las mujeres pero sin intenciones de atarse a ninguna de sus parejas. Estudió música en el Conservatorio de Leipzig y orquestación con Tchaikovsky. Ya en Leipzing comenzó a enfrentar los prejuicios de género respecto a las mujeres compositoras y toda su vida luchó para que su música fuera interpretada y valorada en escenarios dominados por la misoginia. Entre 1880 y 1930 publicó numerosos lieder, obras de cámara y composiciones orquestales; seis óperas, una misa y una sinfonía coral. Hoy también conocemos sus obras inéditas para piano solo, órgano y varios conjuntos de cámara.
The Wreckers, ópera en tres actos, es básicamente un drama sobre el amor y la moralidad. El libreto original (Les Naufrageurs), coescrito en francés con su gran amigo y escritor Henry Bennet Brewster (1850-1908), fue traducido al alemán para el estreno de la ópera (Das Standrecht) en Leipzig en 1906. Tres años después se presentaría en Inglaterra como The Wreckers. La ópera está ambientada en un pueblo pesquero de Cornualles (suroeste de Gran Bretaña), donde los habitantes viven de saquear barcos que encallan en la costa. Tratando de encontrar a un traidor que ayuda a los barcos, los habitantes del pueblo se vigilan entre sí y hay un triángulo amoroso en el que dos de sus protagonistas son condenados a muerte. Hay quienes describen esta ópera como feminista: las mujeres tratan de encontrar su propia voz y Thirza, el personaje principal, intenta liberarse de las restricciones del mundo en el que se ve forzada a vivir. La música, de una expresividad incuestionable, es apasionada, sensual y trágica al mismo tiempo. El drama del argumento se entremezcla con el dramatismo de la música, que no pierde claridad en las melodías ni contundencia rítmica en la extraordinaria y viva orquestación. Varios musicólogos encuentran influencias de Tchaikosvky, Wagner o de las óperas de Verdi o de Bizet en esta ópera que, sin lugar a dudas, tiene vida propia.
Ethel Smyth, ca. 1901. Colección Hulton Archive (Getty Images).
Dmitri Shostakovich: Concierto para violonchelo n.º 1 en mi bemol mayor, op. 107
Carismático, fuerte y determinante, el primer concierto para violonchelo de Shostakovich es un recorrido único que no deja indiferente por su belleza poco convencional, su fuerza comunicativa y su múltiple lenguaje dialogado entre solista y orquesta.
Dimitri Shostakovich (1906-1975) escribió este concierto en el verano de 1959 para su íntimo amigo y virtuoso chelista Mstislav Rostropovich (1927-2007), quien lo estrenó en octubre de ese mismo año con la Filarmónica de Leningrado. Concibió la obra en dos grandes partes: el movimiento inicial y tres movimientos que, interpretados sin pausa, forman un todo temático integral. Escrito en su madurez y tras la muerte de Stalin (1953), la obra contiene una expresividad que rompe con las restricciones compositivas impuestas por la estética oficialista rusa.
Junto a Igor Stravinsky y Sergei Prokofiev, Shostakovich forma parte de la cúspide de la música rusa del siglo XX. Nacido en el seno de una familia culta, estudió piano con su madre, pianista profesional, antes de entrar en el Conservatorio de Leningrado. A diferencia de sus compatriotas, Shostakovich no buscó empleo en Occidente tras la Revolución de 1917, que impuso el nuevo régimen político y social: particularmente desde 1932, el realismo socialista determinó la vida artística de Rusia con sus ideas respecto al arte como arma política y herramienta del pueblo, que debía tener un contenido social, ser comprometido y estar enraizado con las tradiciones folclóricas y populares, lo cual no fue ideal para muchos artistas. Shostakovich se educó y vivió dentro del régimen soviético, al que el compositor le mantuvo lealtad a pesar de haber sido criticado por el oficialismo y de que él mismo comentara que hubiera sido más osado para expresar sus ideas musicales. Estrenó su primera sinfonía a los 19 años de edad y en su prolífica carrera como compositor a menudo discrepó con las autoridades acerca del tipo de música que correspondiera a “la misión soviética”. Su personalidad musical, tal y como el musicólogo y violinista Boris Schwarz comenta, enfatizaba el humor alegre, la meditación introspectiva y la grandeza declamatoria. ¿Acaso no vemos estos elementos en muchas de sus obras, y en particular en el Concierto para violonchelo?
Bajo influencia del neoclasicismo de Stravinsky y Prokofiev y el posromanticismo asociado con Gustav Mahler, Shostakovich consigue un lugar único en la historia de la música por su creativa capacidad melódica, la fuerza rítmica de su obra y su imaginación y talento como orquestador. Todo esto aparece en su Concierto para violonchelo. Escuchemos en su op. 107 el incisivo y rítmico primer movimiento con su insistente tema de cuatro notas, que le da vida (y late durante todo el concierto), y el segundo tema en que el violonchelo declama una melodía popular rusa; escuchemos el discurrir de la belleza profunda y emocionada del segundo movimiento anunciado por el corno francés para que el violonchelo cante nostálgico, casi atonal en el ambiente tonal del movimiento; luego, la fascinante conversación entre celesta y violonchelo que nos lleva a la cadencia, de extraordinario color y controlada pasión, hermosísima, transparente; y por último, un Shostakovich más irónico en el último Allegro, en el que pasa de lo lírico a una fuerza rítmica que nos lleva al apoteósico final.
Retrato de Dmitri Shostakovich encontrado en el Museo Consorcio de Cultura Musical Glinka (Moscú). Fotografía por Fine Art Images/Heritage Images (Getty Images).
Alexander Scriabin: Sinfonía n.º 2 en do menor, op. 29
Aunque considerado posromántico, las obras de Alexander Scriabin (1872-1915), compositor y virtuoso pianista ruso, ya no corresponden a las ideas estéticas del movimiento: fue precursor de una concepción compositiva de vanguardia en la que la sonoridad, la experimentación tímbrica, la expansión de la tonalidad y la atonalidad abrirían el espacio musical para que los compositores expandieran el color de su música de manera magistral con su música. Su creatividad le llevó a buscar formas de expresión lejos de patrones musicales establecidos y su influencia en generaciones posteriores fue notable.
Scriabin inició sus estudios de piano a los 11 años en el Conservatorio de Moscú. Estudió composición con Sergei Taneyev y Anton Arensky, prominentes compositores rusos. Con fantástico talento creativo e interpretativo para el piano, inició su carrera como solista al terminar sus estudios en 1882. Empezó a componer desde 1885 y publicó su obra desde los años 90 del siglo XIX. Su editor, Mitrofán Beliáyev, también fue su mecenas y le organizó varias giras por Europa. En 1904 se trasladó a vivir a Suiza. En 1906-07 emprendió una gira por Estados Unidos bajo el mecenazgo del famoso director de orquesta Serge Koussevitsky y, posteriormente, realizó giras por Rusia (1910 y 1914), Ámsterdam (1911) y Londres (1914). Murió debido a una septicemia contraída en su última gira en Londres.
La obra de Scriabin se divide entre su impresionante producción pianística –sorpresiva, de belleza poco convencional y de gran exigenica técnica– y la no menos importante obra orquestal, con su extraordinario despliegue de expresividad, capacidad creativa, ampulosidad, magistral uso de la paleta orquestal y exploración tonal y tímbrica. Sus primeras composiciones –hasta el op. 29– aparecen influidas por Liszt y Chopin. A partir del op. 30 aparece la búsqueda de una expresión más contemplativa desde una concepción mística de la música. Gran parte de su obra orquestal la compuso desde esta pasión por la mística y la teosofía, la búsqueda directa de la divinidad y del “misterio extático supremo” en los que se interesó desde 1902 y se involucró plenamente desde 1905.
Su segunda sinfonía se estrenó el 12 de enero de 1902 en San Petersburgo, recibiendo una acogida contradictoria por parte del público. Como la primera, va más allá del esquema sinfónico de cuatro movimientos: el primero y el segundo se presentan seguidos, lo mismo que el cuarto y el quinto. Toda la sinfonía, como mucha de la música de Scriabin, hace uso de temas contrastantes, activos y pasivos. Los temas activos, como el segundo y el cuarto, son dramáticos e incisivos, y los pasivos, como el movimiento lento, tienden a ser más complejos armónicamente y sensuales. La intensidad de todos ellos es inegable. El primer movimiento es de carácter meditativo y su primer tema, el leitmotiv de la obra. El segundo movimiento, como el primero y el tercero, sigue la forma sonata, aunque su desarrollo es más complejo y contrapuntístico. El tercer movimiento, lento, imita cantos de pájaros y utiliza cromatismos wagnerianos en su desarrollo. El cuarto, impetuoso, es un rondó que, además, introduce el quinto y último movimiento, donde el tema inicial del primer movimiento reaparece para transformarse en una marcha grandiosa que cierra la obra. Aunque Scriabin nunca habló del significado extramusical de su sinfonía, la secuencia de movimientos y la transformación de los temas sugieren un inicio de la búsqueda de autoafirmación del hombre como centro de la creación.