Fabini / Von Weber / Ginastera 10/05/24
Entre leyendas, historias y paisajes sonoros
Este programa tiene una fuerte carga nacionalista muy heterogénea, que mantiene una línea histórico-musical capaz de observarse a partir del movimiento posromanticista. Este movimiento se venía dando como una reacción a la posibilidad de extinción del Romanticismo, en la mitad del siglo XIX, y que finalmente dio paso a los movimientos de modernidad de un nuevo siglo.
El hecho de que el siglo XIX fenecía provocaba la expectación de lo que se veía venir con la oleada de movimientos de vanguardia y modernidad, que coincidían con grandes descubrimientos y movimientos sociales. El uso del ferrocarril, la electricidad y la bombilla eléctrica, el fonógrafo o los inicios de la telefonía, por mencionar algunos, venían transformando el día a día de las grandes ciudades. Los movimientos estéticos y culturales, sobre todo en la literatura y la pintura, también venían evolucionando de manera pujante.
A pesar de lo anterior, había una corriente musical que magnificaba los sonidos orquestales, tal y como planteaban algunos compositores de fines del romanticismo como Franz Liszt (1811-1886) y Richard Wagner (1813-1883); en escena aparecía el Posromanticismo con algunos de sus máximos exponentes como Antón Bruckner (1824-1896), Gustav Mahler (1860-1911), Richard Strauss (1864-1949), por mencionar algunos.
De manera paralela surgieron algunos compositores diseminados entre los campos de países europeos, que se fueron identificando con una corriente del Posromanticismo, el llamado nacionalismo musical, y como parte de él surgieron los nombres del noruego Edvard Grieg (1843-1907) y el checoslovaco Antonin Dvorak (1841-1904). Ambos son considerados representantes de una música que surgió de los ritmos y cantos populares de los pueblos. Es importante señalar que este movimiento nacionalista los podemos encontrar en países como España, Inglaterra, Cuba, Brasil o México.
El programa de esta noche contiene tres obras orquestales diferentes entre sí, pero con un eje en común: las tradiciones musicales de cada uno de sus países, mostrando ese imaginario sonoro que traspasa el tiempo y el espacio. El uruguayo Eduardo Fabini (1882-1950), el español Manuel de Falla (1876-1946) y el argentino Alberto Ginastera (1916-1983), tres compositores de diferente idiosincrasia y tiempo, tuvieron una gran influencia en el movimiento nacionalista de sus respectivos países.
Eduardo Fabini, el mayor de los tres, inició a muy corta edad sus estudios musicales. Siendo muy joven, viajó a Europa para continuarlos, no en París, como lo hacía la mayoría de los latinos; él se trasladó a Bruselas para formarse profesionalmente. De regreso a su patria, y después de una temporada de intensa actividad musical, decide alejarse de la ciudad y vivir en la tranquilidad del campo. En ese ambiente de la naturaleza es que compone su poema sinfónico Campo (ca. 1922), estrenado el 29 de abril de 1922, en el teatro Albéniz de Montevideo. Fue tal su éxito que se interpretó en varias ciudades como Río de Janeiro, Nueva York, Washington, Madrid, Barcelona, Berlín y Moscú. La Filarmónica de Viena, dirigida por Richard Strauss, la interpretó en 1923.
Campo encierra entre sus notas los cantos tradicionales de los pueblos originarios; los amaneceres y anocheceres, el calor sofocante entre los sembradíos. Esta composición es quizá la manera más estética de resignificar los rasgos predominantes de la tierra y los sentimientos que emanan de ella, y que a través de los diferentes sonidos de los instrumentos de la orquesta recrean todo el universo sonoro de su vida campirana.
Manuel de Falla es un caso similar a Fabini. Es un compositor que se mantuvo firme a sus convicciones nacionalistas pero que fue salpicado de las tendencias del modernismo o de vanguardia musical. Su catálogo de obras, muy amplio y variado, en su mayoría recorre los campos españoles y retoma la canción popular para lograr una simbiosis, sonora y equilibrada, con los aires de modernidad del nuevo siglo.
Su estancia en París, de 1907 a 1914, tuvo mucha influencia en su desarrollo musical. En ese ambiente parisino, entre cafés y salones culturales, se percibían las revoluciones de pensamiento y estética del momento. La presencia y herencia de poetas como Mallarmé, Rimbaud, Verlaine; o de pintores impresionistas como Degas, Renoir, Cézanne, Manet, y de músicos como Satie, Debussy, Ravel o Stravinsky; todos ellos jóvenes e impetuosos artistas, estaban rompiendo de tajo con las arcaicas tradiciones estéticas decimonónicas.
De Falla, de manera firme, compuso bajo estas influencias sin perder su esencia española. Para entonces el folclore español seducía, con la coquetería de una Carmen de Bizet, a compositores de otras latitudes. Chabrier compuso su obra sinfónica, una jota, titulada simplemente España; Debussy recreó con el impresionismo La Soirée dans Grenade; Ravel compuso su celebérrimo Bolero y la Rapsodia española. Lalo escribió una vibrante Sinfonía española para violín y orquesta. En el siglo XIX Rimski-Kórsakov compuso una página brillante, su célebre Capricho español. El exotismo de las danzas y ritmos de la España gitana, andaluza o flamenca brillaba con el esplendor y reinterpretación de estos compositores.
El ballet de El sombrero de tres picos está inspirado en la obra homónima del escritor español Pedro Antonio de Alarcón. La trama de esta historia, entre humor y sortilegios, relata un momento en la vida de un matrimonio sencillo, un poco agraciado molinero y su hermosa esposa. En una fiesta que ofrecían los molineros, llega el comendador a compartir con la familia. Este queda prendado de la belleza de la molinera y decide seducirla, por lo que aleja al marido para tratar de salirse con la suya. La molinera, al darse cuenta, sale huyendo en dos burras, dejando al comendador “con un palmo de narices”. El bribón comendador decide esperar en la alcoba. Regresa el molinero y se percata de que en su cama se encuentra el comendador, pero no ve que está solo. Él, pensando que su esposa está ahí, decide matarlos, pero se arrepiente de tal idea y se viste con la ropa del comendador para pagarle con la misma moneda, así que se dirige a su casa para hacerse pasar por él. La comendadora se da cuenta del engaño, pero sigue el juego para darle un escarmiento a su marido.
Este ballet fue estrenado en Londres el 21 de julio de 1921 en el Teatro Alhambra y fue dirigido por el suizo Ernest Ansermet; los decorados y figurines fueron diseñados por Pablo Picasso. Posteriormente al estreno del ballet, De Falla seleccionó varias de las danzas y las agrupó en dos suites orquestales, la primera y la segunda; esta noche escucharemos la segunda (1919-1921) con los siguientes movimientos: “Danza de los vecinos (seguidillas)”, “Danza del molinero (farruca)” y “Danza final (jota)”.
Panambí, op. 1 de Alberto Ginastera, como las anteriores, se caracteriza por su carga nacionalista, indigenista y primitivista, a semejanza de Amazonas de Heitor Villalobos, Sensemayá de Silvestre Revueltas o la Consagración de la primavera de Ígor Stravinsky. Quizá el ballet más famoso de Ginastera sea Estancia, de 1941, en el que refleja la vida de los habitantes de las grandes llanuras y páramos de la pampa argentina. Esta palabra significa mariposa en lengua guaraní. La composición se integra con diferentes cuadros de baile o danza, maneja una diversidad de ambientes naturales gracias al excelente uso de la paleta de sonidos de los instrumentos de la orquesta. Cada uno de sus movimientos son breves pero magistralmente construidos, que reflejan la intención del momento escénico requerida. El ballet consta de diecisiete números, cortos en su mayoría, pero cada uno completo e intenso musicalmente; es así como escucharemos claros de luna, fiestas indígenas, danzas de doncellas, guerreros y hechiceros; inquietudes e invocaciones de la tribu, lamentos y amaneceres. Todo indica que esta leyenda de danza y música sucede desde el asomo de la noche y su claro de luna hasta el amanecer.
Es importante recalcar la influencia de un primitivismo, usado por Stravinsky en su Consagración de la primavera, gracias a la fuerza rítmica de los instrumentos de percusión y ostinatos rítmicos en los instrumentos de aliento metal.
Ginastera realizó una versión orquestal de esta obra, que fue estrenada en 1937, con los siguientes movimientos: “Claro de luna sobre el Paraná”, “Invocación de los espíritus poderosos”, “Canto de las doncellas” y “Fiesta indígena-Danza de los Guerreros”. A partir del éxito de la suite orquestal, el ballet finalmente fue estrenado en 1940.
Este programa, integrado por tres grandes composiciones dedicadas a la danza moderna, al nacionalismo y primitivismo, tiene un interludio, un delicado bocadillo, dulce y bello, que podemos apreciar en el espléndido Concierto para clarinete n. º 2 en mi bemol mayor, op. 74 del compositor alemán Carl Maria von Weber (1786-1826). Este fue solicitado por el emperador Maximiliano I de Baviera, quien encargó dos obras a Weber: el primero y segundo concierto, ambos para ser interpretados por Henrich Joseph Bärmann (1784-1847), uno de los más brillantes clarinetistas de su época, que fue dedicatorio de muchas obras de importantes compositores como Mendelssohn, Weber o Meyerbeer.
El concierto se conforma del tradicional formato de tres movimientos –rápido-lento-rápido–, modelo que se implementó en el periodo barroco por los compositores de la escuela italiana, como Torelli y Vivaldi. Sus movimientos “Allegro”, “Adagio con moto” y “Alla polacca-rondo” son un ejemplo claro de la obras del periodo clásico por su manejo de las formas musicales, el uso de una armonía tradicional y los aspectos rítmicos, que le dan un aire de brillantez, sobre todo en el tercer movimiento, una danza polonesa.
El clarinete, ya en este siglo XX, tiene una gran difusión; forma parte de diversos conjuntos instrumentales como bandas de aliento –muy tradicionales en la música regional de diversos países–, conjuntos escolares y sinfónicos. Recordemos la introducción de la famosa Rapsodia en Azul de George Gershwin (1898-1937): ese solo de clarinete nos transporta a un mundo sonoro infinito, al ghetto jazzístico y a sus noches de música en los sótanos de la ciudad de Nueva York. El clarinete se convirtió en uno de los instrumentos más representativos de este género que revolucionó la industria de la música.