AGO. 16 - TEMPO. 2 2024

Axel Juárez | Xalapa
Beethoven - Brahms

La monumental figura de Ludwig van Beethoven (Bonn, 1770 - Viena, 1827) sostiene buena parte del andamiaje de la música clásica por haber asimilado y extendido la tradición vienesa, representada por Mozart y Haydn. La relevancia de Beethoven para la historia de la música es indiscutible; inauguró el ideal del artista «romántico» en el puente del Clasicismo al Romanticismo y asimiló, extendió y llevó a sus últimas consecuencias la tradición vienesa. Beethoven influyó determinantemente en la obra de muchos compositores, contemporáneos y posteriores a él. En su perenne legado, queda de manifiesto la íntima relación entre la música y lo social, acaso un ejemplo contundente de aquello que Jacques Attali enfatizó: «La música anuncia, pues es profética. Desde siempre, ha contenido en sus principios el anuncio de los tiempos por venir. Así, veremos que si la organización política del siglo XX se arraiga en el pensamiento político del siglo XIX, éste está casi completo, en germen, en la música del XVIII».

La primera vez que Beethoven visitó Viena fue en la primavera de 1787, con el propósito de estudiar con Mozart (1756-1791). Sin embargo, la enfermedad y muerte de la madre de Beethoven lo obligó a regresar pronto a su natal Bonn. La segunda vez, cinco años después, en 1792, llegó con la intención de estudiar con Joseph Haydn (1732-1809), a quien había conocido en Bonn dos años antes. En aquél momento la vida musical vienesa se encontraba en su apogeo. Era el lugar donde un compositor de la altura de Beethoven tenía que estar. Sin embargo, para los vieneses, Beethoven no era más que un joven provinciano, carente de modales y de aspecto descuidado. Beethoven tuvo que ganarse su reputación –entre la nobleza y el público– mediante demostraciones al piano de sus habilidades interpretativas, compositivas y sobre todo improvisatorias. Fue esa demostración de poder musical la que atrajo al público vienés a su arte. Para el escritor E.T.A. Hoffmann, la música de Beethoven forjó una nueva estética que obligaba a los oyentes a ponerse en el lugar del compositor; y para el teórico Scott Burnham, se generó un cambio de perspectiva crítica engendrado por el estilo «heroico» de Beethoven. Otra vuelta de tuerca a la compleja narrativa de la música de concierto.
Su Concierto para Piano No. 5 en Mi bemol mayor, Op. 73, conocido popularmente como el «Emperador», es una de sus obras más emblemáticas, por el estilo «heroico» y por su dificultad. Exige del solista resistencia y depuración técnica; pero sobre todo, comprensión del estilo beethoveniano. Compuesto entre 1809 y 1811, en un período de intensos conflictos geopolíticos, este concierto no solo refleja la maestría musical de Beethoven, sino también su espíritu indomable y su compleja relación con los eventos de su tiempo. El sobrenombre «Emperador» no fue dado por Beethoven, se cree que fue acuñado por Johann Baptist Cramer, un pianista y editor británico, impresionado por la «majestuosidad» y el carácter «imperial» de la música. Aunque el nombre pudiese sugerir una conexión directa con Napoleón, la realidad es más compleja y matizada.
La primera década del siglo XIX fue turbulenta para Europa. Napoleón Bonaparte, el temido y admirado líder francés, había conquistado Austria en noviembre de 1805, sumiendo a Europa en una serie de guerras que parecían interminables. Beethoven, residente en Viena, vivió de cerca la ocupación y sus consecuencias. En medio de este caos, compuso su último concierto para teclado.
Beethoven tenía una relación ambivalente con Napoleón. Inicialmente, admiró al líder francés como el símbolo de los ideales de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad. Sin embargo, cuando Napoleón se coronó emperador, Beethoven se sintió traicionado, una desilusión que se refleja en la famosa anécdota de la sinfonía «Heroica», donde Beethoven tachó la dedicatoria a Napoleón de la partitura.
El concierto «Emperador» no celebra a Napoleón ni a ningún otro líder militar. En cambio, utiliza el simbolismo militar y heroico para representar una lucha más universal: la del espíritu humano. Beethoven, conocido por su carácter indomable y su resistencia frente a la adversidad, infunde a la obra su propia lucha personal y su visión de un heroísmo que trasciende lo militar.
Volviendo a la reveladora idea de Attali «La música anuncia, pues es profética» no dejo de recordar al genial crítico literario franco-anglo-estadounidense George Steiner (1929-2020) cuando en su ensayo El gran Ennui advierte que ninguna cita literaria, ninguna estadística puede expresar el cambio de tempo, vivido en los años de la Revolución Francesa y las Guerras Napoleónicas. El «ritmo del tiempo sentido» que se aceleró, social e individualmente, debido a aquellos excepcionales acontecimientos, eso sí lo puede representar la música: «Como la música guarda tan estrecha relación con los cambios producidos en las formas del tiempo, el desarrollo de los tempi de Beethoven, el desarrollo de las vibraciones de su música sinfónica y de cámara durante esos años pertinentes, es de un extraordinario interés histórico y psicológico» (Steiner 2013:24).
Lo «clásico», «heroico», «pastoral», «romántico», «trágico», «sturm und drang», entre otros, son estilos que reflejan algo más que sonidos organizados de tal o cual manera, formas de interpretar de una u otra forma.
Los avances en la musicología contemporánea han permitido analizar las obras musicales desde modelos importados del análisis literario. La semiótica musical y la narratología musical abren caminos a interpretar tópicos, formas, narrativas de obras musicales complejas como las de Beethoven. En este sentido, lo «heroico» en el Concierto para piano No. 5 se manifiesta a través de varios elementos musicales y narrativos que juntos evocan la lucha y la nobleza del espíritu humano. Concretamente en este concierto –especialmente en el primer movimiento– se han identificado tres tópicos clave:

 

 

 

• Tópico Militar: El uso de fanfarrias, ritmos marciales y otros elementos asociados con la música militar. Estos elementos simbolizan la presencia de una especie de héroe y una atmósfera de batalla, de lucha.
• Tópico Pastoral: Aunque más suave y lírico, el tópico pastoral también contribuye a la narrativa heroica al ofrecer un contraste con lo militar. Representa momentos de paz y reflexión en medio de la lucha.
• Tópico de Fantasía: Este tópico aparece en las cadencias y pasajes improvisatorios, simbolizando la libertad espiritual y la imaginación del héroe.

En la intrincada relación entre el artista y su obra, existe una tríada de conceptos entrelazados, indisolubles: compositor–composición–tiempo y lugar. Esta idea, explorada con lucidez por el compositor y musicólogo Robert Greenberg en su curso Music as a Mirror of History, evoca las palabras del ensayista Ralph Waldo Emerson: «The true poem is the poet’s mind; the true ship is the ship-builder. In the man we should see the reason for the last flourish and tendril of his work». Greenberg, haciendo eco de este pensamiento, afirma que la verdadera composición musical es el compositor mismo.
El vínculo entre el creador y su creación es indisoluble, pues cada obra es, en cierta medida, reflejo único de su autor, quien a su vez es moldeado por las circunstancias de su época y su entorno. Así, el compositor individual, su composición particular y el contexto espacio-temporal en el que surge forman una triada simbiótica, un todo indivisible.
En un sentido amplio, el entorno de un compositor da forma a su estilo musical, definiendo el vocabulario sonoro y los parámetros expresivos que caracterizan su obra. Sin embargo, en ocasiones, son eventos históricos específicos los que moldean de manera directa la creación y el contenido de una pieza musical en particular.
Esta perspectiva nos invita a contemplar la obra de Beethoven no sólo como el fruto del genio individual, sino como el resultado de un diálogo complejo entre el artista y su tiempo, un testimonio sonoro de las fuerzas históricas que dieron forma a su visión creativa. Al adentrarnos en el Concierto para piano No. 5 debemos tener presente esta triada indisoluble, buscando en la partitura los ecos de la turbulenta época que la vio nacer y la huella indeleble del espíritu beethoveniano que la anima.

Si Beethoven fue el puente entre el Clasicismo y el Romanticismo, Johannes Brahms (Hamburgo, 1833 - Viena, 1897) fue el gran sintetizador de la tradición clásica y romántica. Brahms, profundamente influenciado por la música de Beethoven, llevó el lenguaje musical romántico a nuevas alturas, mientras mantenía un firme anclaje en las formas y estructuras clásicas.
La Sinfonía No. 2 en Re mayor, Op. 73, compuesta en el verano de 1877 en la idílica villa de Pörtschach am Wörthersee en Austria, es un testimonio de esta síntesis. A diferencia de la titánica espera para escribir su Primera sinfonía –consecuencia de que el público vienés lo consideraba heredero directo y continuador de Beethoven–, la Segunda fluyó de la pluma de Brahms con relativa facilidad, quizás inspirada por la belleza natural que lo rodeaba. «Aquí todo es encantador», escribió Brahms, ese año, a su editor Simrock.
Más allá de su aparente sencillez y lirismo, la Segunda Sinfonía de Brahms es una obra de gran complejidad y maestría compositiva. Al igual que Beethoven, Brahms era un maestro del desarrollo motívico, capaz de extraer un mundo de posibilidades de las ideas musicales más simples. La influencia de Beethoven es palpable en la forma en que Brahms construye enormes arquitecturas sonoras a partir de pequeños bloques de construcción temáticos (recordemos el icónico motivo corto-corto-corto-largo, ta-ta-ta-taa, repetido dos veces con que inicia la Quinta sinfonía, y lo que Beethoven hace con él).
Sin embargo, Brahms no era un mero imitador de Beethoven. Tomó el lenguaje musical que heredó y lo hizo suyo, asimilándolo con su propio sentido del lirismo, su dominio del contrapunto y su inconfundible voz armónica. Si Beethoven representó la lucha heroica del individuo, Brahms encarnó la reflexión introspectiva del artista romántico.
En la Segunda Sinfonía, estos elementos se unen en una obra de gran belleza y profundidad emocional. Brahms nos lleva en un viaje a través de un paisaje musical de extraordinaria riqueza y diversidad.
Escuchar las obras de Beethoven y Brahms en un mismo programa es poder atisbar la evolución de la música clásica en el siglo XIX. Presenciar cómo la antorcha de la innovación musical pasó de un gigante a otro. En su Segunda Sinfonía, Brahms rinde homenaje a la herencia de Beethoven, al tiempo que afirma su propia voz única e inconfundible. Ese legado, su génesis, tal vez lo podamos encontrar en el carácter, ya romántico, del segundo movimiento del quinto y último concierto para piano de Beethoven: con una implosiva delicadeza musical, deconstruye la marcialidad, la majestuosidad, los oropeles de la pretensión sonora, ligada siempre a la pretensión social. Las máscaras caen. Los «emperadores» son derrocados con la bendita fuerza de la música.