Beristain - Sibelius - Tchaikovsky

Enrique Salmerón | Xalapa
Ene. 17 - TEMPO. 1 2025

A la memoria de mis queridos amigos,
Héctor Montes de Oca y
Sergio Vásquez Zárate.

Una primavera decimonónica
Joaquín Beristain Urdinieva nació en la ciudad de México el 20 de agosto de 1817. Desde muy niño se distinguió por su talento y facilidad musical. Quedó huérfano siendo muy pequeño, por lo que su educación estuvo a cargo de su hermano mayor Miguel. Se convirtió en un destacado pianista y violonchelista -según las crónicas, fue un gran ejecutante- por esta habilidad se convirtió en integrante de la orquesta de la Colegiata de Guadalupe y del Teatro Coliseo.
Por esos años llegaron a nuestro país destacadas compañías de ópera, primero la del famoso tenor español Miguel García (1827). La segunda compañía fue la del italiano Filippo Galli, que se estableció en la Ciudad de México de 1831 a 1837. Es en este momento que la figura de Beristain sobresalió porque fue nombrado maestro-director de la orquesta de la compañía de Gali, un año más tarde, se le designó como asistente-concertador de otra compañía, la de Vittorio Rossi.
Beristain tuvo una vida muy corta, vivió 22 años, sin embargo su trabajo fue ampliamente reconocido; en tan solo dos años, entre 1837 y 1839, compuso la mayor parte de su obra, la mayoría de carácter religioso.
Entre sus obras que más sobresalientes están una Misa, considerada “su gran obra maestra” y la composición que tendremos oportunidad de escuchar esta noche, su obertura Primavera (1838) una composición con toda la influencia de la ópera italiana.
Joaquín Beristain falleció en la plenitud de su carrera profesional el 3 de octubre de 1839.
Escucharemos esta noche una composición mexicana de la primera mitad del siglo XIX, donde la influencia operística italiana se mimetiza en un joven que supo conciliar, de manera muy natural, dos culturas, que se puede apreciar en una de las más destacadas composiciones de Beristain, con toda la influencia de muchas de las obras de Gioachino Rossini (1792-1868).

Un concierto de la lejana Finlandia.
El más destacado de los compositores finlandeses nacido en el año de 1865, se le considera como uno de los últimos postrománticos, que se integra a las figuras relevantes de Wagner, Bruckner o Mahler. También es considerado un gran nacionalista, reconocido como uno de los personajes que propició una identidad nacional a través de su arte, sobre todo durante la lucha de la independencia de Rusia, misma que ocurría en la primera década del siglo XX. Desde su infancia empezó a estudiar violín y posteriormente piano con su Tía Julia; no satisfecho regresó al violín. Realizó estudios de composición, logrando que muchas de sus primeras obras fueran ejecutadas. Gracias a la suite sinfónica Kullervo Op.7 (1892) gracias al gran éxito de su estreno es que decidió dedicarse de lleno a la composición.
El Concierto para violín en Re Menor Op. 47, compuesto en el año de 1903 es quizá una manera -¿feliz? - de componer una obra para su instrumento favorito, el violín y el único concierto para solista que escribió.
Con este concierto Sibelius da un paso más allá, separándose del estilo romántico. Su obra tuvo un estreno muy accidentado el 8 de febrero de 1904. La partitura fue dedicada al notable violinista Willy Burmester, quien lo iba a estrenar en Berlín; sin embargo, por “razones financieras” Sibelius decide estrenarlo en Helsinki. Burmester no pudo realizar el viaje, por lo que el compositor le encarga la ejecución a Víctor Novacek, maestro de violín del conservatorio de la ciudad. La noche del estreno fue un caos, el solista no tuvo suficiente tiempo para estudiarlo, ya que la partitura le llegó con poco tiempo. Esta mala experiencia causó estragos en el ánimo de Sibelius que decidió confinar la partitura original al olvido dentro de la Biblioteca de la Universidad de Helsinky, con la orden expresa de que no fuera interpretada nunca.
A partir de esto decidió hacer una revisión puntual del concierto, reformando y quitando lo que consideraba secciones extremadamente difíciles de tocar. Con la partitura “reconstruida” se hizo un segundo estreno, se propone que sea de nuevo en Berlín y se le pidió a Burmester que lo interpretara, sin embargo, este no lo hizo pretextando problemas de agenda. Sibelius molesto, quitó su nombre de la dedicatoria. El concierto de estreno fue con la Filarmónica de Berlín, dirigida, ni más ni menos, por Richard Strauss (1864-1949). Varias publicaciones indican que el solista fue el concertino de la filarmónica, en este caso Karel Halir.
Como un dato muy importante, ese que la partitura original de 1903, fue sacada de las estanterías de la Biblioteca de Helsinki, con el permiso de los herederos de Jean Sibelius, para que el violinista Leonidas Kavakos la resucitara en el año de 1991.

El concierto,
Si escuchamos con atención y dejamos que su emoción nos invada, encontraremos una obra en que cada nota, cada acorde es un “billete al corazón”. Esta es una composición profunda, como una característica del postromanticismo de principios del siglo XX.
El primer movimiento presenta el tema cantabile con el violín solista, como una melodía que se presenta ante la naturaleza, de la cual Sibelius siempre tiene presente y que fluye de la melancolía finlandesa; de manera magistral va reelaborando sus temas de diferente manera, desde las partes del solista y las orquestales. La cadencia se desgrana en filigranas de notas dobles y triples, creando un dramatismo profundo y un virtuosismo fogoso, que pone a prueba las habilidades del intérprete.
Su segundo movimiento con sus primeras notas nos remite de manera irremediable a una de las obras orquestales más emblemáticas de finales del siglo XIX, el Pélude à l’après-midi d’un faune (1894). Unos compases después, cuando entra el violín solista, surge de lo más profundo del compositor una cálida melodía que elabora en pasajes líricos que contrasta con la fuerza de la orquesta.
Su tercer movimiento tiene un ritmo de polonesa que marca la orquesta sobre una intrincada melodía con puntillos del violín solista, como un preámbulo de las dificultades que el solista tendrá que enfrentar. En este caso, nuestro compositor finlandés retoma una danza de salón característica de los espacios decimonónicos -este movimiento fue llamado por Donald Tovey como una “polonesa de osos polares”.


Una sinfonía plena de reflexiones.
El repertorio que más popularidad le ha dado a Peter Ilisch Tchaikovsky (1840-1893) ha sido la música para ballet, destacando el Lago de los Cisnes (1875), El Cascanueces (1892) o La Bella Durmiente (1888), en estos casos, remiten a un imaginario, entre lo narrativo y la ensoñación musical. Sin embargo su música instrumental, sin elementos extra musicales, nos permite percibir al compositor de melodías de encanto lírico, y, en ese sentido destacan una serie de obras, como su Obertura 1812 (1880), la Marcha Eslava (1876), el Capricho Italiano (1880) o su Concierto para piano no.1 Op.23 (1875), su Concierto para violín Op. 35 (1878) o sus Variaciones Rococó para violonchelo y orquesta Op. 33 (1876).
En el caso de sus sinfonías, estas son el ejemplo que acrisola su inspirado manejo melódico, armónico-contrapuntístico, que, aunado a una paleta instrumental, creó obras maravillosas en las que convergen el lirismo del romanticismo europeo.
En el caso de la Sinfonía no. 4 en Fa Menor Op. 36, cuenta con una serie de significancias que nos permiten profundizar en el proceso creativo del compositor. Compuesta en 1878, se le ha definido como una obra programática; esta aseveración se confirma por un texto del propio compositor que describe varios conceptos extramusicales que influyeron en su composición. Esta epístola señala el concepto del destino, que, de manera inevitable, nos remite a esa fuerza, rítmica y sonora, de las cuatro notas que dan inicio a la 5a Sinfonía de Beethoven y que el propio compositor alemán lo ha mencionado con energía: El destino toca a la puerta.
Tchaikovsky, para el año de 1878, da por terminado su matrimonio con Antonina Miliuokova; su relación llegó a tal grado de tensión, que en algún momento quiso suicidarse. La separación fue muy conflictiva, causando un gran desgaste emocional en Tchaikovsky. Para entonces, una aristócrata doncella, Madame Nadezhda von Meck, le ofreció su apoyo económico para que realizara un viaje por Europa Occidental, es en este viaje es que inició la composición de la sinfonía.
La famosa fanfarria que da inicio al primer movimiento, con la que Tchaikovsky presenta su fuerza del destino, lo señala en su carta:
“… el núcleo, la quintaesencia, el pensamiento principal de toda la sinfonía significa el destino, como una gran espada que pende sobre nuestras cabezas, envenenando el alma, un poder fatal que impide alcanzar el objetivo de la felicidad, no hay nada que hacer, sino someterse a él y lamentar en vano.”
El primer movimiento, resginfica ese vaivén ondulante del mar, como si el destino se sumergiera a lo más profundo de su interior, y, de ese fondo oscuro y amenazante, resurgir y enfrentarse a las fuerzas de su destino.
El segundo movimiento, el compositor lo plantea como una cara más de la nostalgia: “El segundo movimiento muestra otra fase de la tristeza, la nostalgia y la melancolía.
El tercer movimiento, es como un respiro ante toda la tristeza de los movimientos anteriores. Ahora es una alegre danza, rítmica y brillante.
El cuarto movimiento, tiene como tema principal una canción rusa, El Abedul, es como un momento de luz que contrasta con sus primeros movimientos.