Beethoven - Stravinsky
Beethoven en los albores del romanticismo.
Este brillante concierto, el número 3 Op. 37, compuesto en la tonalidad de Do Menor, es una de las obras del genial compositor alemán que perfilaron un nuevo pensamiento musical, el romanticismo.
Para el año de 1800 terminaba esta composición, que según sus biógrafos, había esbozado, junto con los conciertos 1 y 2, en Bonn alrededor de 1785. Sin embargo para finales del siglo XVIII esta obra sería concluida, por lo menos la idea conceptual.
Otro aspecto interesante de observar es que por esos años Beethoven empezó a sufrir los primeros síntomas de sordera, precisamente en los albores nacimiento del siglo XIX. Esta triste circunstancia causaba estragos en su ánimo y que dejó plasmado en su famoso Testamento de Heiligenstadt (1802).
En su tercer concierto, la fuerza expresiva y su dramatismo, lo convirtieron en una de las primeras composiciones que se acercaban a uno de los más grandes movimientos de la música del siglo XIX: el Romanticismo.
Con esta obra podemos escuchar al titán que se levantaba de su infortunio para expresar lo más profundo de su dolor y cambiar su destino con la música; queda claro para muchos, que a partir de la Tercera Sinfonía “Heroica”, el romanticismo entra de lleno como el estilo que poco a poco empezaba a dominar la inspiración de los compositores de la Viena del siglo XIX.
El primer movimiento es una serie de temas que contrastan entre el drama y la serenidad expresiva. También se puede apreciar el tema principal, como un personaje duro, dramático y doliente -nunca estable- que rompe con los estados de ánimo. El segundo tema principal, lo podemos apreciar como una melodía, amable y afectuosa, que contrasta con el primero.
El inicio del segundo movimiento, sereno y meditativo, con un hermoso solo del piano, nos evoca a una grandeza fuera de este mundo. Stravinsky, alguna vez comentó que Beethoven no era un gran melodista, lo que se puede decir que es un desacierto, este movimiento es como una suave brisa de viento, que contrasta con algunas armonías de tensión de la orquesta. En el momento de su estreno, en 1805, la crítica señaló: “Una de las piezas instrumentales más expresivas y ricamente sensibles, jamás escrita”. Por su parte, Carl Czerny (1791-1857), alumno de Beethoven, dijo: “…el tema del Largo debe sonar como una armonía sagrada, distante y celestial”.
En cuanto a su tercer movimiento, es un rondó, en el que la alternancia de temas se manifiesta a través de diferentes tonalidades, muchas de ellas lejanas a la original, Do menor; lo que convierte este movimiento en una paleta muy variada en colores armónicos y orquestales.
El 3 de abril de 1803 se interpretó por primera vez, también se estrenaron su Segunda sinfonía y el oratorio Cristo en el Monte de los Olivos; esto implicaba mucho trabajo para el compositor, para revisar y concluir todas las obras, sin embargo, el concierto no estaba terminado del todo.
El joven músico Ignaz von Seyfred, fue el encargado de pasar las hojas de la parte del solista a Beethoven y exclamó con estupor:
Prácticamente, solo vi páginas en blanco, a lo sumo en una página aquí y allá unos pocos jeroglíficos egipcios completamente ininteligibles para mí estaban garabateados para servirle de hitos de referencia a él. Tocó casi todo el concierto de memoria, como a menudo sucedía, no tuvo tiempo de poner todo en papel.”
Lo que quiere decir que improvisó durante todo el concierto. La obra estuvo terminada tiempo después, cuando su alumno, Ferdinand Ries, lo volvió a tocar.
En suma, desde el primer compás, es el testimonio musical de lo que se convirtió en el lenguaje de expresión que influiría, estéticamente, como un modelo del romanticismo.
Stravinsky y la modernidad
Para comprender Petrushka, una de las obras emblemáticas de Igor Stravisnky (1782-1971), es necesario saber la relación de este con Sergei Diaghilev (1872-1929), los Ballets Rusos y París. Pero, ¿quién fue Diaghilev? fue un empresario ruso radicado en el París a inicios del siglo XX. Su principal actividad fue la producción e impulso de los ballets rusos, sin embargo, sus gustos artísticos estaban “equitativamente distribuidos entre diversas artes”, pero de manera particular entre la pintura y la música. Estuvo muy cercano a los movimientos culturales de vanguardia que se venían gestando en el maravilloso marco de la Francia de principios de siglo.
Para entonces, la literatura y la pintura habían marcado la ruptura con las escuelas clásicas. A partir de ese momento se vino una oleada de nuevas tendencias artísticas, todas con el fin de aportar un elemento innovador, estético y cultural. Una de las principales tendencias fue el de los fauve.[1] Otro de los movimientos de vanguardia que surgieron por esos años fue el famoso Cubismo, con el español Pablo Picasso (1881-1973) a la cabeza. Fueron muchas las vanguardias que surgieron, como en la literatura, pintura, fotografía, música y arquitectura. En los años veinte, en Xalapa, tuvimos el Estridentismo, impulsado por el papanteco Manuel Maples Arce (1900-1981). [2]
En algún momento, Stravinsky coincidió en Rusia con Diaghilev, quien para entonces estaba impulsando los Ballets Rusos n París, como una renovación musical y dancística. Para 1909 daban inicio las actividades de los ballets con una obra que se volvió un clásico Les Sylphides con música de Frédéric Chopin (1810-1849), un vals y un nocturno fueron arreglados para orquesta por un joven: Igor Stravinsky.
Para entonces, el compositor buscaba encontrarse con un nuevo lenguaje musical, sin embargo, mantenía la tradición postromántica de sus maestros; es por ello que a partir del éxito de Les Sylphides, Diaghilev le encargó su primer ballet: L’oiseau de feu (1910). Una obra, vivaz y con un gran colorido orquestal, que estaba inspirado en el exotismo oriental; con un tema romántico, la lucha entre el bien y el mal. Este fue un momento importante de inflexión para que el compositor marcara un “alejamiento de los compositores tradicionales rusos”.
Gracias a este éxito, Diaghilev le encargó otro ballet, que debería ser sobre la antigua Rusia pagana, es así como nacería La consagración de la Primavera (1913). Sin embargo, Stravinsky desarrollaba otro proyecto, un quasi concierto para piano con grandes evoluciones acrobáticas; fue así como nació la idea principal para Petrushka, el muñeco sentimental y derrotado proveniente de la figura de moda italiano-parisina: Pierrot. Esta magnífica obra se estrenó, con gran éxito, el 13 de junio de 1911, con escenografía de Alexandre Benois y coreografía de Fokine; Pierre Monteux dirigió la orquesta y Vaslav Nijinsky como bailarín principal. Por su gran colorido orquestal, su vital ritmo y bloques sonoros -como una distorsión sonora de la música tradicional- ha sido definida como fauve, por una similitud con la vanguardia del mismo nombre, donde “figuras y escenas se distorsionan y abstraen, donde un objeto pintado puede estar compuesto por varios bloques de color relacionados con libertad”.
Para el año de 1946, el compositor realizó una revisión de la partitura para crear una versión más de concierto, con cuatro escenas, a manera de un libro de cuentos, que sintetiza la historia del ballet.
Con esta obra es que Stravinsky abrió la puerta para encontrar esa personalidad musical que influyó en el mundo de la música de la primera mitad del siglo XX; Petrushka fue el impulso para crear su gran obra maestra, la Consagración de la Primavera, cambiando con ello la manera de pensar y crear la música del siglo XX.
Enrique Salmerón
Facultad de Música UV
[1] Grupo de vanguardia que fue bautizado por un crítico como Fauve: los salvajes
[2] Movimiento de vanguardia mexicano que tuvo su esplendor en los años veinte en nuestra Xalapa; por tal razón la ciudad fue conocida como Estridentópolis.
