Lara - Mozart - Bizet
Nueva música mexicana.
El movimiento de 1968 en nuestro país, fue un momento histórico de grandes cismas, su costo fue una lucha entre la ultraderecha y una izquierda que emanaba de los jóvenes y que eran parte de ese momento, ¿filosófico?, de “amor y paz”; con ello hubo una resignificación de la vida nacional.
A partir de este año, los conceptos de modernidad fueron transformando la vida de la humanidad en varias partes del planeta. En concreto, la música académica tuvo un respiro importante: nuevos lenguajes, nuevas estéticas y nuevos conceptos creativos, fueron impulsando una nueva forma de componer. Es cuando aparece una joven generación de compositores mexicanos: Mario Lavista, Alicia Urreta, Eduardo Mata, Joaquín Gutiérrez Heras, Francisco Núñez, Manuel Enríquez, Ana Lara, Julio Estrada, Víctor Rasgado, Héctor Quintanar, Hilda Paredes, Jorge Torres y Marcela Rodríguez, entre otros más.
En este caso, Ana Lara Zavala (1959) es una de las más activas compositoras mexicanas, formada en el taller de composición del Conservatorio Nacional de Música. Tuvo como maestros a Mario Lavista (1982-1986) y Federico Ibarra (1984-1986). Desde un principio se interesó por buscar nuevos sonidos “a partir de instrumentos convencionales”. Esto la llevó a realizar estudios en la Academia de Música de Varsovia, Polonia (1986-1989). Algo muy importante mencionar que el ambiente musical polaco de entonces, lo encabezaban Witold Lutoslawski (1913-1994) y Krzysztof Penderecki (1933-2020); “De ellos aprendería las nuevas maneras de crear formas musicales para la orquesta, nuevas instrumentaciones y estructuras formales que aplicaría en su primera pieza para orquesta: La Víspera (1989).”
En 2022 se le otorgó la Medalla Bellas Artes, por su relevante trayectoria como productora y compositora de música mexicana.
La propia Ana Lara define su obra: “Mi música es más de texturas, más que (de) alturas. Entonces mi trabajo de composición sonora, más que procesos matemáticos, es más bien un trabajo sonoro desde el principio.”
La composición de esta noche, Breves Sombras, fue un encargo de la Dirección de Música de la UNAM, para conmemorar el 250 aniversario del nacimiento de Ludwig van Beethoven (1770-1827). Esa noche se tocaría la VIII Sinfonía, por lo que la compositora nos describe su proceso creativo:
La idea era tomar algunos elementos de la sinfonía que se programaría, en mi caso la VIII Sinfonía, y entablar un diálogo con ella. Esta sinfonía posee una gran energía, así es que, respetando la instrumentación original de Beethoven, quise emularla, así como el empleo de las octavas, el cambio abrupto de dinámicas y tempi, las sorpresas armónicas, algunos giros melódicos e instrumentales. De allí el título de la obra: Breves Sombras.
Al momento de escuchar esta composición, nuestros oídos sirven de conductores para sentir una serie de emociones que nos llevan a otros planos. Se puede percibir desde el inicio la fuerza de lo desconocido, la obscuridad que da un nuevo significado de la sombra. Hay sonidos disonantes que provocan ese temor a lo oculto. La parte central, lenta y misteriosa, evoca, sin perder su movimiento, una tensión final. Las sombras que tanto atormentaron a Beethoven, quizá emergen con esta composición del siglo XXI. Esta oscuridad de nuestro inconsciente son parte del consciente; es el momento de confrontar las sombras, aunque sea en una brevedad de la vida.
Un concierto con nombre de película.
Mozart tiene una referencia histórica y laboral con París, a tal grado que conocemos, y disfrutamos de una bella y juvenil sinfonía, la número 31 en Re Mayor K. 297 (1778), conocida como “París” compuesta a la edad de 22 años. Realizando un viaje en el tiempo, nos ubicamos en 1785, cuando Mozart compuso una de sus obras más populares, su concierto número 21 en Do Mayor K. 467, conocido como el “Elvira Madigan”.
La composición de esta joya musical gira alrededor de una de sus partituras más emblemáticas, la ópera buffa, Las Bodas de Fígaro (1785-1786). Algunas fuentes señalan que se inició esta composición en 1784, pero tuvo varias interrupciones, por compromisos creativos de otras obras que le redituaban ingresos económicos, en este caso los conciertos para piano números 21,22, 23 y 24.
La popularidad de sus conciertos -en antaño, como en hoy- se debe a su riqueza melódica, a sus brillantes orquestaciones, al dramatismo y su lirismo operístico. Es muy interesante descubrir una perfecta conjugación entre la forma concierto y el sinfonísmo, donde el piano solista recrea fantasías sonoras que mantienen un diálogo con la orquesta. Quizá todos sus conciertos mantienen características estructurales afines, sin embargo, cada uno es una joya por su individualidad creativa.
El primer movimiento esta compuesto en la estructura tradicional de sonata. El inicio presenta, una introducción semejante a una marcha, primero presentado por las cuerdas graves, que es respondida por los alientos madera. El piano, con algunas variantes, continua con la temática melódica y con ligeras respuestas rítmicas, características de la marcha. De repente, un inusitado acorde de dominante de Do mayor, nos lleva a una tonalidad menor, como si el Sol se nublara y perdiera su brillantez momentáneamente, para que después de unos compases, escuchamos su segundo tema, lírico y melódico, como si una serena luminosidad, ilumina este movimiento.
El segundo movimiento es una de las más preciosas melodías del genial compositor vienés. Este sencillo, pero hermoso tema, es cantado por la orquesta, para que el solista lo repita de manera textual; sin embargo, al término de este juego de exposiciones, Mozart nos va conduciendo a momentos de oscuridad tonal, que contrastan con otros de momentánea tranquilidad. Poco a poco el movimiento se va extinguiendo entre acordes básicos y sencillos -dominante y tónica- como un alzar y dar, que le dan una calma auditiva a la obra.
El tercer movimiento es un típico rondó, muy común en los finales de obras instrumentales y orquestales, donde, de manera alegre, vivaz, y por qué no decirlo, juguetona, el concierto culmina con brillantez.
Esta obra es conocida con el sobrenombre de “Elvira Madigan”, este no fue algo que Mozart , ni los editores, hubieran hecho; esto se dio por una película sueca del mismo nombre que salió a la luz en el año de 1967, dirigida por Bob Wideberg. El hermoso tema principal del segundo movimiento fue el motivo o leitmotiv que surgía al momento de aparecer la actriz principal, en este caso Pia Degermark. Esta película fue nominada y galardonada en los Bafta, Cannes, Globo de Oro, Junta Nacional de Revisión. La grabación empleada para el film fue la del pianista húngaro Géza Anda (1921-1976) con la Camerata Academica des Salzburger Mozarteums.
Y sucedió en París…
Como parte de la historia de la música han existido importantes centros musicales europeos, España en el periodo del Renacimiento, Italia en el Barroco, en el clásico Viena y de manera particular París, ha sido considerado como un centro cultual por excelencia.
Uno de los aspectos relevantes de la capital francesa es su tradición en la enseñanza musical, se fundó el famoso Conservatorio de Música (1795) con los más destacados maestros franceses; ahí han estudiado una gran cantidad de músicos de diferentes partes del mundo. Uno de sus brillantes alumnos fue el joven Georges Bizet (1838-1875). Un niño con destacadas dotes musicales y que fue admitido en el conservatorio a los diez años, obteniendo importantes premios como pianista. Durante mucho tiempo, el conservatorio otorgaba un importante premio para los compositores; en 1857, después de estudiar composición, Bizet obtuvo el codiciado Premio de Roma, con una cantata: Clovis et Clotilde de Amedée Burion.1
Bizet fue un compositor del romanticismo, realizando en este estilo una gran cantidad de trabajos para voz y piano, sin embargo, destacó en la composición de muchas óperas, a pesar de su corta vida. Su obra más emblemática, que ha opacado el resto de su catálogo, es su ópera Carmen, compuesta en el año de 1873.
Su obra orquestal no fue copiosa, pero de ella destaca su Sinfonía en Do Mayor (1855), un trabajo escolar que compuso bajo la tutela de un gran maestro del conservatorio, Charles Gounod (1818-1893). 2
La sinfonía no se menciona entre la correspondencia del compositor, el propio Bizet se opuso a la idea de su interpretación y menos su publicación -fue guardada de inmediato- porque consideraba que tenía mucha influencia de su maestro, quien acababa de componer su Sinfonía en Re de finales de 1854.
La sinfonía está integrada por cuatro movimientos, el primero de ellos es el de la tradicional forma sonata, en su inicio, o primer tema, se presenta con una clara influencia clásica -fuerte, clara y directa- que contrasta con una melodía en el oboe (segundo tema) que se presenta con una bella ligereza cantabile, como un aria de música francesa. El segundo movimiento es una de las más bellas y expresivas melodías sinfónicas, como sí se tratase de una delicada aria de ópera. El Minueto es rápido, cuál danza vigorosa, con sus momentos de suavidad expresiva. El Trío presenta un tema quizá de corte campesino, que Bizet retoma en su Minueto de L’Arlesianne (1872). Su final, a momentos con un movimiento quasi perpetuo, en que se aprecia un ligero aire de danza, festiva y campirana.
Esta deliciosa obra permaneció guardada por espacio de ocho décadas en el conservatorio de París, saliendo a la luz en 1935, con su estreno en Basilea, Suiza, con el director Felix Weingartner.
Enrique Salmerón
Investigador y docente de la
Facultad de Música
[1] El premio entonces consistía en una beca de estudios por cinco años, los cuales dos serían en Roma, uno en Alemania y dos en París.
[2] Bizet para entonces contaba con diecisiete años.
