Mahler
Durante el gran finale del siglo XIX, la ciudad de Viena se ostentaba como un crisol cultural e intelectual donde coincidían las corrientes más innovadoras del arte y del pensamiento europeos. La ciudad era el centro de poder de los Habsburgo, una de las dinastías más poderosas de Europa que había gobernado el Sacro Imperio Romano Germánico[1] durante siglos y que, tras su disolución en 1806, continuó reinando sobre el Imperio Austriaco (posteriormente Imperio Austro-Húngaro). Los Habsburgo –que llegaron a controlar territorios que se extendían desde España hasta Hungría– hicieron de la cultura, y especialmente de la música, un pilar fundamental de su legitimidad imperial. Esta poderosa familia entendía el arte no solo como entretenimiento cortesano, sino como una demostración tangible de su poder y sofisticación.
El mecenazgo musical de los Habsburgo era notable. La corte mantenía una de las capillas musicales más prestigiosas de Europa, y algunos emperadores, como Leopoldo I y José I, fueron compositores aficionados. Esta tradición de patronazgo continuó hasta el final del imperio, con la familia financiando la Ópera de la Corte (Hofoper) y manteniendo orquestas y coros que definieron la vida musical vienesa. Este contexto configuró una tradición musical en la ciudad que desde el siglo XVIII atrajo a compositores como Haydn, Beethoven y Mozart.
Gustav Mahler (1860-1911) llegó a Viena en 1875, con tan solo 15 años de edad, desde Iglau, donde había pasado su infancia. Viajó a la ciudad para ingresar al Conservatorio de Viena, con el objetivo de formarse como pianista y compositor. En ese ambiente de profundas transformaciones de fin de siglo, Sigmund Freud revolucionaba la comprensión de la mente humana con la publicación de «La interpretación de los sueños» (1899) y el establecimiento de su práctica psicoanalítica desde 1886; Gustav Klimt, quien en 1897 fundaría la Secesión Vienesa[2], reinventaba el simbolismo en la pintura; y los cafés vieneses, que habían florecido desde la década de 1880, se convertían en verdaderas instituciones de la cultura y la conversación.
La formación de Mahler en el Conservatorio de Viena (1875-1880) coincidió con profundas tensiones culturales e ideológicas. Junto con compañeros como Hugo Wolf y Hans Rott, Mahler se alineó al wagnerismo en un momento delicado: el antisemitismo de Wagner iba in crescendo. Esta adhesión se sumaba a corrientes ideológicas de la época –el socialismo, el pangermanismo[3] y la filosofía nietzscheana– muy en boga en los círculos que Mahler frecuentaba[4].
Das klagende Lied emergió de un período turbulento en la vida de Mahler. La obra comenzó a gestarse en 1878, cuando el compositor tenía 18 años, la composición coincidió con su primer desengaño amoroso. La prohibición de los padres de Josephine Poisl de responder a las cartas de Mahler provocó una crisis emocional que, según algunos psicoanalistas, fue determinante en su desarrollo como compositor. El psicoanálisis no le era ajeno a Mahler, un año antes de su muerte una crisis matrimonial lo llevó a buscar la ayuda de Freud, con quien tuvo una célebre sesión de cuatro horas en Leiden, Holanda. Durante esta consulta, Mahler reveló a Freud un recuerdo crucial de su infancia: tras presenciar una violenta discusión entre sus padres, había huido a la calle donde un organillero tocaba la canción popular Ach, du lieber Augustin. Esta mezcla de tragedia y trivialidad, confesó Mahler, había marcado para siempre su relación con la música, determinando su incapacidad para separar «la alta tragedia del entretenimiento ligero»[5].
Como señala Norman Lebrecht, tanto Freud como Mahler transformaron sus traumas infantiles en obras significativas: Freud construyó la teoría de Edipo sobre sus recuerdos de «orinar en la habitación de sus padres, ser el favorito de su madre y ver cómo humillaban racialmente a su padre», mientras que Mahler, quien vio a cinco de sus hermanos salir en ataúdes de la taberna familiar «donde nunca se dejó de cantar, compuso un funeral para un niño en su Primera Sinfonía con una giga de borrachos»[6].
La historia que sirve como base para Das klagende Lied (1880) se remonta a la infancia de Mahler en Iglau, donde había escuchado el cuento «El hueso cantor», recopilado por los hermanos Grimm. Esta conexión temprana con el folklore centroeuropeo se vería enriquecida por otras fuertes influencias de su juventud: las bandas militares que tocaban en la plaza de Iglau, los músicos bohemios itinerantes, y la rica tradición coral alemana de la iglesia de San Jakob[7].
El cuento popular[8] que inspiró Das klagende Lied presenta temas que resonarían profundamente en la psique de Mahler: la rivalidad fraternal, la traición, la muerte injusta del inocente y, fundamentalmente, la revelación de la verdad a través de la música. En la historia, dos hermanos –uno astuto y soberbio, otro ingenuo y bondadoso– compiten por la mano de una princesa, premio ofrecido por el rey a quien mate a un jabalí que asola el reino. Cuando el hermano menor logra la hazaña gracias a su corazón puro, el mayor, consumido por la envidia, lo asesina a traición y reclama la victoria como propia. Tiempo después, un pastor encuentra uno de los huesos de la víctima y lo convierte en un tipo de flauta; al tocarla, el instrumento canta revelando el crimen.
Mahler transformó el cuento en una obra coral-sinfónica monumental, expandiendo especialmente el momento de la revelación musical de la verdad. La elección del material no es casual: el compositor, que había perdido varios hermanos en la infancia y crecido en un ambiente familiar marcado por la violencia y la música (la taberna de su padre), encontró en este cuento un vehículo perfecto para explorar las tensiones entre inocencia y corrupción, justicia poética y el poder redentor del arte[9]. Como señaló el propio Mahler: «Fue la primera obra en la que realmente me encontré a mí mismo»[10].
La partitura de Das klagende Lied revela una sofisticación sorprendente para un compositor tan joven. La obra requiere una gran orquesta, coro, dos cantantes niños y cuatro solistas adultos. Pero lo verdaderamente revolucionario es su tratamiento del espacio sonoro: Mahler introduce por primera vez el uso de música fuera del escenario, una banda de viento y percusión que crea efectos dramáticos sin precedentes[11].
Mahler estructuró la obra en tres partes, cada una explorando diferentes perspectivas narrativas y estados emocionales. En Waldmärchen (El cuento del bosque), la primera parte, se desarrolla la búsqueda y el fratricidio en el bosque, con una música que alterna entre la inocencia pastoral y el presentimiento de la tragedia. La orquestación evoca tanto la serenidad del bosque como la oscura determinación del hermano asesino, creando un contraste psicológico que anticipa el desenlace fatal. Der Spielmann (El juglar), la segunda parte, introduce la figura del músico errante que encuentra el hueso y construye la flauta. Aquí Mahler despliega su maestría en el tratamiento de la voz solista y el uso de instrumentos fuera del escenario[12], creando una atmósfera de misterio y revelación gradual. La tercera parte, Hochzeitsstück (La pieza nupcial), representa el clímax dramático donde pasado y presente colisionan durante la boda del hermano asesino. La flauta, hecha del hueso de la víctima, revela la verdad en medio de las celebraciones nupciales, creando una combinación devastadora entre la alegría superficial de la fiesta y la terrible verdad que emerge. Mahler logra una extraordinaria complejidad psicológica al superponer diferentes planos narrativos: la música festiva de la boda, el lamento acusador de la flauta, y el colapso final del orden social cuando se revela el crimen[13]. Como señala Bruno Walter, «la obra trasciende su origen folclórico para convertirse en una meditación sobre la culpa y la redención»[14].
Das klagende Lied despliega una paleta de recursos musicales tan rica que anticipa el estilo maduro de Mahler. Su escritura vocal combina elementos del lied alemán con técnicas más dramáticas derivadas de la ópera wagneriana. La pieza ocupa un lugar importante en la historia de la música por varias razones. En primer lugar, representa un punto de inflexión en el desarrollo de la música programática[15]. Si bien parte de una narrativa específica, la obra trasciende la mera ilustración musical para crear un discurso sinfónico complejo que anticipa las innovaciones del siglo XX. Como señala el filósofo Eugenio Trías, toda la obra posterior de Mahler se fue gestando y madurando a partir de esta composición seminal[16].
En segundo lugar, la obra refleja las tensiones culturales de su época. En la Viena finisecular, donde el conflicto entre tradición y modernidad definían el debate cultural, la elección de Mahler resulta reveladora: tomar un cuento popular alemán y transformarlo mediante técnicas musicales modernas sugería la posibilidad de un diálogo entre el pasado folklórico y el presente modernista. La obra puede leerse como un intento de reconciliar la tradición folklórica con las ambiciones de la alta cultura musical[17].
En tercer lugar, la influencia de Das klagende Lied se extiende no solo a las sinfonías posteriores de Mahler, sino al desarrollo de la música del siglo XX. Sus experimentos con la espacialización del sonido y la yuxtaposición de diferentes planos sonoros anticiparon técnicas que serían fundamentales para compositores posteriores.
Das klagende Lied representa más que el debut precoz de un compositor prometedor: es un documento histórico que captura un momento crucial de transformación en la música occidental. Como todas las obras maestras, Das klagende Lied no solo pertenece a su tiempo, continúa hablándonos hoy, revelando nuevas capas de significado con cada interpretación.
Axel Juárez,
escritor e investigador independiente.
diletanteparresia.substack.com
Referencias
Franklin, Peter. 2001. «Mahler, Gustav». The New Grove Dictionary of Music & Musicians.
La Grange, Henry-Louise de. 2014. Gustav Mahler. 1a. Tres Cantos, Madrid: Akal.
Lebrecht, Norman. 2024. ¿Por qué Mahler? Cómo un hombre y diez sinfonías cambiaron el mundo. Madrid: Alianza Editorial.
Trías, Eugenio. 2007. El canto de las sirenas: Argumentos musicales. 1a. Barcelona: Galaxia Gutenberg.
Walter, Bruno. 1983. Gustav Mahler. Madrid: Alianza Editorial.
[1] Una compleja confederación de estados que ni era sacro (aunque al Emperador lo coronaba el Papa), ni romano (ya que su centro estaba en territorios germánicos) ni tampoco era un imperio en el sentido tradicional; cada una de sus ciudades, ducados y principados tenía una considerable autonomía.
[2] La Secesión Vienesa (Wiener Secession) fue un movimiento artístico fundado en 1897 por Gustav Klimt, Koloman Moser, Josef Hoffmann y otros artistas que se separaron de la conservadora Asociación de Artistas de Viena. El grupo buscaba renovar el arte austriaco, rechazando el historicismo académico dominante y abrazando las nuevas corrientes del art nouveau y el modernismo. Su lema era «A cada época su arte, y al arte su libertad». La Secesión construyó su propio edificio de exposiciones, diseñado por Joseph Maria Olbrich, que se convirtió en un símbolo del modernismo vienés. El movimiento fue crucial para la modernización de las artes visuales en Europa Central.
[3] El pangermanismo era un movimiento nacionalista del siglo XIX que buscaba la unificación política y cultural de todos los pueblos de habla alemana en Europa, incluyendo aquellos que vivían fuera de las fronteras del Imperio Alemán, como en el Imperio Austro-Húngaro.
[4] La Grange 2014
[5] La Grange 2014
[6] Lebrecht 2024
[7] La Grange 2014
[8] https://www.grimmstories.com/es/grimm_cuentos/el_hueso_cantor
[9] La Grange 2014
[10] Lebrecht 2024
[11] Franklin 1997
[12] Mahler innovó al usar instrumentos fuera del escenario (Fernorchester), creando efectos espaciales y dramáticos que resaltan distancias físicas y psicológicas. En Das klagende Lied, esta técnica genera planos sonoros donde la orquesta principal muestra la acción inmediata y los instrumentos fuera del escenario evocan memorias o eventos distantes, añadiendo profundidad emocional.
[13] La Grange 2014
[14] Walter 1983
[15] Dentro de las tendencias que influyeron en la música, la música programática buscó ilustrar argumentos, personajes y climas ajenos a la música misma, inspirados a menudo en la literatura o las artes plásticas. En contraste, la música absoluta se aprecia por sí sola, sin referencias externas. Esta dualidad marcó especialmente la tradición clásica europea durante el Romanticismo.
[16] Trías 2007
[17] La Grange 2014
