Fauré - Ravel - Chausson - Gounod

Guillermo Cuevas | Xalapa
FEB. 28 - TEMPO. 1 2025

“Las estrellas que forman una constelación no saben que la forman”

Jean Cocteau, poeta, dramaturgo, ensayista, cineasta, pintor, crítico de arte, diseñador, ‘heraldo de todas las vanguardias’, acólito y psicopompo de artistas y compositores.

Pavana. Poema. Tzigane. Sinfonía.
Figura geométrica de cuatro dimensiones dibujada por la fantasía de un juego ceremonial que, para ubicarlo en la historia del mundo, empezó el 17 de junio de 1818, con el nacimiento de Charles-Francois Gounod, y terminó el 28 de diciembre de 1937, día de los Santos Inocentes, con la muerte de Joseph Maurice Ravel. Inicio y final localizados en París. Los otros momentos cardinales de esta constelación se localizan el 12 de mayo de 1845 y el 20 de enero de 1855, días de nacimiento de Gabriel Urbain Fauré y Amédée Ernest Chausson, respectivamente. Chausson nació en París. Fauré murió en París. El trazo de estas coordenadas tal vez ayude a encontrar algunas correspondencias en la música.

Pavana. Rey de corazones rojo.
En septiembre de 1887, Gabriel Fauré escribe a su amiga y favorecedora Margarita Baugnies: ¡Me va usted a matar! ¡No he hecho nada durante todo el verano! ¡No he dejado de cumplir con mis obligaciones de organista en la Iglesia de La Madeleine, no he parado de dar clases, con alumnos que lo mismo están en Versailles, Ville d’Abray, Saint Germain o Louvesiennes! En promedio me paso tres horas diarias en el tren…Tengo necesidad de salir de todo esto, al menos por diez días y contemplar otro paisaje que no sea la recurrente estación de San Lázaro; ver otra gente, no escuchar ninguna sonata más durante algún tiempo. ¡Necesito un cambio de aires en todos sentidos!... la única novedad que ha aparecido en esta vida de rehilete que llevo es una Pavana, sin duda elegante, pero a la que no concedo mayor importancia.

Por aquel tiempo, la obra que Fauré consideraba importante era una Sinfonía en re menor, partitura que nunca materializó sus más altos ideales y sería destruida.

Hasta entonces Fauré había concentrado su talento en la voz humana y en el piano. Nocturnos, barcarolas e impromptus dominan ya en su producción, pero su creciente fama se sostiene gracias a sus canciones, o mejor dicho, sus mélodies, esos poemas puestos en música que tanto gustan en los salones aristocráticos de París. Con una ilustre historia que viene desde los siglos monárquicos, el salón es lugar de encuentro propicio para la exhibición de modas y costumbres, la discusión de asuntos políticos y la presentación de la nueva poesía, la más reciente novela o el estreno de innovadoras obras musicales. Muchas veces precedido por artistas y escritores consagrados, el salón alcanza su mayor lucimiento gracias a mujeres que dedican buena parte de su tiempo y su fortuna al auspicio de esas espléndidas reuniones. Y fue a través de la amistad que mantenía con Margarita Baugnies y al apoyo que siempre le brindó su amigo Camille Saint-Saëns, como Fauré se convirtió en una presencia bienvenida en aquellos círculos.

La condesa Marie Anatole Luise Élisabeth Greffulhe, deconsiderada una de las mujeres más bellas de su tiempo, se encontraba entre las principales patrocinadoras de esas actividades, y su primo, el conde Robert de Montesquiou Fasenzac, competente connoiseur del arte, maestro de belleza, según Marcel Proust, cultivaba la amistad de Fauré con la pretensión de que éste, exquisito compositor de mélodies, llegara a poner en música uno de sus poemas. Así, la Pavana, en principio pensada como pieza instrumental para uno de los conciertos de la Orquesta Danbé, se vio comprometida con la adición de un coro, circunstancia que permitió a Fauré hacer un bello obsequio a tan distinguida dama. Jessica Duchen escribe en la biografía que dedicó al compositor:

El manuscrito copiado que Fauré entregó a Élisabeth Greffuhle lucía páginas con bordes dorados y una delicada cubierta de piel adornada con diseños de Art Nouveau. Al mismo tiempo, el compositor comunicaba a la destinataria: ‘M. de Montesquiou, a quien he tenido la buena fortuna de encontrar en París, ha aceptado bondadosamente la difícil e impagable tarea de poner palabras a mi Pavana, mismas que servirán para que ésta sea tanto cantada como bailada. Ha escrito un texto delicioso, lleno de coquetería maliciosa para las bailarinas y grandes suspiros como respuesta de sus acompañantes, todo lo cual dará realce a la música. Será maravilloso mirar este espectáculo acompañado por un coro y una orquesta invisibles’.

Muchos años después, el compositor escribió a su hijo Philippe: Las obras de la imaginación deben expresar todo lo que consideramos más deseable, lo mejor, lo que nos lleva más allá de la realidad…Para mí, el arte, y sobre todo la música, debe elevarnos hasta lo más alto.

La Pavana fue presentada con bailarines y cantantes en una lujosa fiesta que la condesa Greffulhe ofreció en una isla del Bosque de Bolonia en 1891.

Poema. Rey de picas negro.
A diferencia de sus compañeros de constelación, Gounod, Fauré y Ravel, poseedores de talento musical manifestado desde la infancia dentro de un favorable entorno familiar, mismos que orientaron de manera inequívoca sus destinos, la vocación de Ernest Chausson tardó en manifestarse. Hijo de un rico contratista que jugó papel muy importante en la remodelación y la edificación de un París sometido a los ambiciosos proyectos del Segundo Imperio de Napoleón III, Chausson pudo cumplir con el deseo paterno de recibir el título de abogado, y aún de obtener un cargo en la Corte de Apelaciones de París, sin sacrificar su afición por el arte, la literatura y la música. Su asistencia al estreno del Parsifal de Wagner en 1882 significó una poderosa señal para adentrarse en el camino de la creación musical. Felizmente casado antes de cumplir los treinta años, su viaje de bodas incluyó una segunda visita al sacrosanto festival de Bayreuth, y la tremenda influencia del gran Ricardo, verdadero contagio padecido por innumerables compositores, lo llevó a la elección de temas del medievo, textos y pretextos sobre Viviana y el rey Arturo, protagonistas de uno de sus poemas sinfónicos y de su única opera, respectivamente.

Ya desde sus primeras obras, los oyentes más atentos y perspicaces de Chausson advirtieron el sutil refinamiento, la elegancia melódica y esa embriagadora melancolía que caracterizó a un creador verdaderamente original. Y si Fauré, Saint-Saëns, Massenet, Delibes, Lalo y hasta el rebelde Debussy fueron asiduos visitantes de esos salones donde ocurrían los encuentros artísticos y culturales más estimulantes de la segunda mitad del siglo XIX, Chausson animó y promovió en su propio domicilio particular el encuentro de personalidades no menos importantes: el pintor Edgar Degas, el virtuoso violinista Eugene Ysaÿe, el poeta simbolista Stéphane Mallarmé y, otra vez, el rebelde Debussy, con quien mantuvo una buena amistad durante varios años.

El Poema, composición para violín y orquesta publicada con el número de opus 25, es sin duda la pieza más difundida y apreciada de Chausson, indispensable ya en el repertorio del instrumento. El mejor comentario sobre esta obra, titulada inicialmente Poema del amor triunfante, lo debemos al rebelde Claudio Aquiles: Ernest Chausson fue uno de los artistas más delicados de nuestro tiempo y el Poema para violín y orquesta atesora sus mejores cualidades. La libertad de su forma jamás contraría su armoniosa proporción. Nada llama más la atención que el final de este Poema de ensoñadora dulzura, donde la música, dejando al margen toda descripción y toda anécdota, llega a ser el sentimiento mismo que inspiró su emoción.

Tzigane. Rey de diamantes rojo.
El jueves 8 de abril de 1922, a las cinco en punto de la tarde, en uno de los conciertos que organiza La Revue musicale, Béla Bartók toca sus Dos burlescas Op.8, la Suite Op.14, varias piezas para piano de su compatriota Zoltán Kodály, y termina con su nueva Sonata para violín y piano No 1 Op.21, presentando a una joven llamada Jelly d’Arányi, a quien Bartók ha dedicado la Sonata. Maurice Ravel, por su parte, tiene una breve participación acompañando en el piano al barítono Vladimir Slivinsky, que canta las Dos melodías hebreas del maestro francés. Entre los asistentes a este concierto se encuentran los compositores Francis Poulenc, Karol Szymanowski e Igor Stravinsky.

Reservado como de costumbre, Ravel guarda para sí mismo el entusiasmo que le despierta la bella violinista. Pero casi dos años después, Ravel envía la siguiente carta:

Le Belvédere
Monfort l’Amaury
13 de marzo de 1924

Estimada señorita,

¿Dispondría de tiempo para venir a París en dos o tres semanas? Me gustaría platicarle de Tzigane, una pieza que estoy componiendo para usted, que dedicaré a usted y que irá en lugar de mi Sonata en el próximo programa de Londres.

Este Tzigane es virtuosismo puro, con pasajes que causarán un gran impresión en caso de que puedan ser bien ejecutados, cosa de la que todavía no estoy seguro. Si no le es posible viajar, le enviaré la música por correo, aunque esto no sea lo más conveniente. En espera de tener el placer de volver a verla, le ruego que sienta la seguridad de mi mayor simpatía artística.

Maurice Ravel

La esposa del pianista Robert Casadesus, recordaba una cena privada que tuvo lugar en Londres en 1922, en la que Jelly d’Arányi y Hans Kindler habían tocado la Sonata para violín y violoncello de Ravel. Aquella noche Ravel le pidió a la joven virtuosa húngara que tocara algunas melodías gitanas. Jelly d’Arányi cumplió amablemente con la solicitud de Ravel, pero éste demandaba una y otra pieza más. Se dijo que el recital improvisado se prolongó hasta casi el amanecer con todos los invitados rendidos, menos la violinista y el compositor. Aquí nació Tzigane.

Sinfonía. Rey de tréboles negro.
Imposible ofrecer una justa apreciación de Charles Gounod a partir de cualquiera de las dos sinfonías que escribió para orquesta completa, acaso meros ejercicios de repaso de un molde ya bien establecido, o entretenimientos instrumentales para mantenerse en forma durante los intermedios que se permitía tomar en medio del arduo trabajo que le exigían las composiciones que más le importaban, las óperas y las grandes piezas corales destinadas al servicio religioso. En comparación con tantas partituras destinadas a la voz humana: más de un centenar de canciones -género al que Gounod transformó del antiguo romance a la nueva mélodie-, doce óperas, veintiún misas, grandes oratorios y trilogías sacras, varias cantatas y otros tantos motetes y un buen número de piezas destinadas a coros infantiles, la obra instrumental de Gounod se reduce a pequeñas piezas para piano, un solo cuarteto de cuerda terminado y publicado, cinco o seis marchas -una de ellas nupcial y otra fúnebre para una marioneta- y esa pareja de sinfonías en re mayor y en mi bemol mayor que pudo terminar hacia 1856, después de la pobre recepción que tuvieron sus dos primeras óperas, Sappho, en 1851, y La monja ensangrentada en 1853. Fausto, su cuarta ópera, tampoco fue bien recibida en sus primeras representaciones, pero el éxito llegaría y se prolonga hasta ya bien entrado el siglo XXI. Unos veinticinco años más tarde, Gounod sacó de su chistera una Petite symphonie para nueve instrumentos de aliento, acaso su mejor obra instrumental.

Y de nuevo, la palabra del rebelde Debussy: Me parece que, desde Beethoven, la demostración de la inutilidad de la sinfonía está hecha […] no es más que una respetuosa repetición de las mismas formas, pero ya con menos fuerza. [Sin embargo] Gounod, con todos sus fallos, es necesario […] Para concluir estas notas, demasiado breves para las ideas que las animan, y, a veces, desfavorables a Gounod, aprovechemos sin gravedad dogmática la oportunidad para saludar respetuosamente su nombre. Las razones para que un nombre permanezca en la memoria de la humanidad son múltiples y no tienen por qué ser considerables; conmover a una gran parte de sus contemporáneos es una de las mejores. A nadie se le ocurrirá negar que Gounod trató de conseguirlo con todo su empeño.

Guillermo Cuevas
Redactor de las notas para los programas de la Orquesta Sinfónica de Xalapa entre 1986 y 2001